Dudo mucho que en el siglo pasado y lo que va de éste, se encuentre en España un político tan honrado y sacrificado como Rafael Vera; y tan valiente. Ahora que se observa tanta inquietud y clamor por la justicia, cuando ha sido condenado Baltasar Garzón por el Tribunal Supremo y por un delito de prevaricación: haber dictado a sabiendas una resolución manifiestamente injusta; no puedo evitar que venga a mi memoria no sólo el nombre sino también la cara de aquél Rafael Vera. Rafael Vera dio por este país todo lo que un ser humano puede apreciar en la vida. Hasta su silencio. Y fue ajusticiado por la misma institución que ahora ajustició a Baltasar Garzón. Claro que a Garzón no le estimaron sus razonamientos de defensa ni tampoco admitieron las pruebas que él propuso, pero es lógico. Si le hubieran aceptado sus argumentos y sus pruebas hubiera sido muy difícil condenarle; casi imposible al menos con la doctrina jurisprudencial que el Tribunal Supremo tenía sobre el delito de prevaricación. Naturalmente que han tenido que acudir a unos nuevos criterios más adecuados para la condena. Pero esto no es nuevo, para condenar a Rafael Vera y José Barrionuevo hicieron lo mismo, hasta debieron crear una forma distinta de contar el tiempo para la prescripción. Entre los hacedores de nuevos usos y costumbres judiciales para machacar al adversario Don Baltasar Garzón fue un pionero. Fue un artista en conectar un indicio con otro haciendo la vista gorda a los indicios que no le llevaban al fin pretendido. Hasta la condena de Garzón y seguramente después de la condena de Garzón, los jueces eran impunes. Seguramente seguirán siéndolo, puesto que la sentencia contra Garzón no sentará jurisprudencia, rápidamente será cambiada por otra más indulgente. Precisamente de ese sentimiento de impunidad que han tenido los jueces –y podrán seguir teniendo, excepto Garzón si le acaban echando- , se valió Baltasar Garzón para llegar el estrellato situándose en el limbo de los ecuánimes. En la última etapa de Felipe González, Garzón pidió una excedencia en la Audiencia Nacional y se metió de político “independiente”. Quería ser ministro, de justicia o de interior, pero como sólo le dieron una secretaría anti-droga y no colmaron con ello sus aspiraciones, renunció, volvió a la judicatura, desempolvó papeles que él había dejado en su juzgado y que el juez que le sustituyó no vio o consideró penalmente irrelevantes, y con ello ajustició a Rafael Vera, entre otros. Mientras estuvo en el gobierno del PSOE fue compañero de Rafael Vera, sonsacó lo que le interesó, y cuando dejó el gobierno utilizó lo sonsacado y lo guardado contra los que habían sido sus compañeros. Pero por esto no fue juzgado como prevaricador, al contrario fue encumbrado como el juez campeador por las fuerzas de derecha y los directores de los periódicos que se habían agavillado en el frente antifelipista. Y así Garzón se situó en la ecuanimidad; pero como esta vez resultaba muy aplaudido por la derecha mientras arrastraba por la arena el cadáver de Rafael, sintió alguna repugnancia y volvió a equilibrarse; y atacó a Pinochet. Con este caso traspasó las fronteras y fue amado por todos los grupos defensores de los derechos humanos que vieron en él al juez campeador universal. Garzón no respetó muchos de los derechos de defensa de Rafael Vera. Garzón ni luchó más, ni se arriesgó más que Rafael Vera contra ETA. Don Baltasar Garzón ha sido un buen aliado de la tele-realidad - reality show-, fue capaz de convertir el sumario de la memoria histórica con el presunto enjuiciamiento de los crímenes del franquismo en un espectáculo, hasta tuvo la ocurrencia de pedir que se le acreditara con la partida de defunción la muerte de Franco. Lo lamentable es que habiendo participado de todos los privilegios de impunidad que le otorgaba su posición de juez a la hora de seleccionar a los enjuiciados y elegirle un destino, a él le hayan hecho lo mismo con las mismas armas infames que él utilizó. Y de momento lo que escandaliza no es el uso de esas armas infames, sino la víctima que cae. Y no todas las víctimas.
Barcelona a 12 de febrero del 2012.- RRCH.