Al parecer el populismo no es un compendio de ideas políticas dirigidas a la transformación social con la coherencia, razonabilidad y posibilismo que se le debería suponer, consecuentemente no es de izquierda o de derechas. No obstante, atendiendo al éxito que van recogiendo habría que admitir que tanto los que se confiesan de izquierdas como los que lo hacen como de derechas, no son ni una cosa ni la otra, puesto que ambas facciones se han apuntado al fanatismo que se revela como la acepción más ajustada del populismo.
El
fanatismo no tiene el menor interés en convencer a nadie mediante la exposición
de sus razones sustentas en hechos objetivos y contrastables, sino que renunciando
al más elemental sentido crítico pretende imponer por los medios que sean sus decisiones
como las únicas válidas e imprescindibles, al tiempo que prodigan con los más groseros
insultos a sus oponentes, que a su vez ellos les responden con idéntico arsenal.
La
libertad de expresión, concepto que es (o debería ser) la esencia de los sistemas
democráticos, lo hemos prostituido de
tal manera que sirve igual para un roto que para un descocido, de forma que un
supuesto “artista” puede recitar versos y soflamas incitando públicamente a matar a un político o a policías y no merece castigo
porque ejerce su libertad de expresión, y los que niegan que esto sea así, siendo
militares retirados, alegan el mismo derecho para ellos cuando afirman que se
han de fusilar a millones de personas de su amada patria, y los que están en
contra de tales fusilamientos piden la actuación de la justicia, pero si por otros
hechos presuntamente delictivos la misma justicia actúa contra ellos es porque
está corrompida. Rodear una Consejería o un Parlamento para intentar impedir lo
que se está decidiendo dentro, intentando entrar y si se frustra impedir que
salgan los que hubieran en el interior, es un acto de libertad de expresión y de ejercicio democrático de derechos, pero no lo será si los que intentan impedir una
decisión con igual método son los de la facción contraria, en este caso no será
otra cosa que un acto de extremismo antidemocrático, según sean unos u otros, los
actores serán fascistas o comunistas. Las dos facciones aman al pueblo y a la
patria, pero si el pueblo de la patria en elecciones no les da la razón, no
admiten perder y buscan dentro de ese pueblo patrio a los responsables de su “falsa”
derrota, que naturalmente nunca serán ellos mismos.
Cuando
se ataca al sistema, término que hace años se usa en tono peyorativo para
definir al enemigo, realmente se apunta al sistema democrático, que sin ninguna
duda tiene sus debilidades, incompetencias y corrupciones, pero quienes le
atacan en ningún momento exponen qué sistema proponen como mejor sustituto, o
qué medidas consideran idóneas para corregir el sistema que tenemos, sencillamente
parecen abocarse a su destrucción sin ofertar otra alternativa. Frases como nos robaron las elecciones, España
nos roba, no entregaré la Casa Blanca, el cielo se toma por asalto, acabemos
con la casta, hagamos un muro que pagarán los mexicanos, no pasarán, acabaremos
con el régimen del 78 o con este gobierno ilegítimo social-comunista; todas son
frases cortas fáciles de asumir emocionalmente sin necesidad de pensarlas, efectivas
precisamente si no se piensan, y que en todo caso van dirigidas al enemigo,
ignorando adrede que se refieren a sus conciudadanos. Buenos o no, pero
conciudadanos, que en la cúspide del “sistema” tienen como regla de convivencia
una Constitución. No se trata de comparar la capacidad destructiva que tenga el
Sr. Trump con la de otros predicadores más menudos, pero si son comparables los
mensajes y las finalidades de derribo que denotan; la descarada ausencia de
cualquier idea constructiva. Pero lo más curioso es que cuando las cosas se
ponen tremendas los unos y los otros siempre van a buscar en la Constitución un
asidero del cual colgarse y en ese momento se olvidan del régimen que combaten,
posiblemente porque no han sido capaces de construir una alternativa que
merezca ser defendida proclamando sus virtudes.
Las
redes sociales si fueran bien utilizadas serían un instrumento maravilloso, pero
tienen el anonimato como defecto sustancial, y se podría reducir convirtiéndolo
de pago a bajo coste, por ejemplo, un céntimo por mensaje o reenvío en tuiter,
wasap y demás redes. Si se tuviera que pagar se dirían menos tonterías reduciendo
el número de idiotas, y además pagando se acaba el anonimato porque se podría
saber el titular de la cuenta bancaria por la que se verificara el pago, e incluso
sería estupendo que tales pagos revirtieran en los medios periodísticos en proporción
a su número de seguidores.