“Nuestro cerebro es
aporofóbico, pero lo podemos moldear”
Entrevista con la filósofa Adela Cortina, que
publica un ensayo sobre el rechazo social al pobre
El cerebro es tremendamente plástico y
el hecho de que tenga unas tendencias no quiere decir que no podamos
modificarlo y encauzarlo en un sentido u otro.
Con el libro pretendía: primero,
informar: la tendencia existe; segundo, hay una buena noticia y es que el
cerebro es plástico. De donde se sigue que es posible modificarlo si se tiene
voluntad de hacerlo, cultivar la tendencia hacia la justicia y la moralidad.
Lo cierto es que las puertas se cierran
ante los refugiados políticos, ante los inmigrantes pobres, que no tienen que
perder más que sus cadenas. También ante los gitanos que venden papelinas en
barrios marginales y rebuscan en los contenedores, cuando en realidad en
nuestro país son tan autóctonos como los payos, aunque no pertenezcan a la
cultura mayoritaria. El problema entonces no es de etnia, de raza y tampoco de
extranjería. El problema es de pobreza. Es el pobre, el áporos, el que molesta.
Es la fobia hacia el pobre la que rechaza a las personas, a las razas y a
aquellas etnias que habitualmente no tienen recursos.
La tendencia a la aporofobia existe pero hay una buena noticia y es que
el cerebro es plástico.
¿Cómo se cultiva la tendencia hacia la
justicia y la moralidad?
A través de la educación y de políticas
institucionales al efecto, aunque hay autores que piensan que esto es
insuficiente. Para cambiar y cultivar esas tendencias, ven óptimo intervenir y
mejorar moralmente el cerebro con fármacos. El tema de la biomejora es lícito,
pero hacerlo o no es una discusión también moral. Personalmente, estoy en
desacuerdo. El cambio vendrá de la educación pública y de las instituciones que
trabajan en pro de la igualdad.
Y el Estado, ¿cómo
habría de intervenir?
En dos aspectos fundamentales. Por un
lado, las políticas sociales, pensadas para proteger a los más vulnerables de
la sociedad. El nuestro es un Estado social de derecho, que permite proteger a
los más vulnerables... Hay cantidad de grupos que trabajando, montan
residencias, gestionan pisos para personas sin hogar... Afortunadamente, en España
hay mucha gente trabajando en ese área, además de ayuntamientos y comunidades
autónomas, los voluntarios hacen también una labor impresionante.
Frente a lo que se ha llamado el
discurso del odio.
La
aporofobia es el sentimiento de superioridad de unos frente a otros.
Esa
situación de desigualdad en la que nos vamos acostumbrando a que no somos
iguales y en la que estamos convencidos de que yo soy superior, y el otro es
inferior.
Ese es, además, el argumento de la
extrema derecha y de su intento de ocupar un espacio en el arco político
europeo.
Su discurso es un error: los franceses
no son superiores a los inmigrantes, ni los estadounidenses a los mexicanos. El
sentimiento se repite en otros muchos ámbitos, también en el acoso escolar. El acosador cree tener derecho a
acosar precisamente por creerse superior. Hay que hacer toda una enseñanza en
la igualdad. Que viene no solo en la escuela sino también de las instituciones.
¿Y qué manifestaciones de aporofobia no
tan evidentes se observan en España?
Está en todos los aspectos de la vida
cotidiana. Rechazamos al pobre, sea un pobre desconocido, un primo o un vecino,
porque consideramos que no tiene nada que ofrecer, pero no solo de dinero vive
el hombre. Todo el mundo tiene cosas que ofrecer. Si la actitud de entrada es
el alejamiento y la asimetría, te pierdes mucha riqueza humana... Todo el mundo
tiene algo que ofrecer.
Pero vamos a mojarnos con lo que pasa
en España.
Este ensayo está escrito en un tono muy
pedagógico.
Intento hablar claro porque creo que es
una de las obligaciones de quienes podemos dedicar un poco de tiempo a
estudiar. Y es un derecho de los ciudadanos que se les hable con claridad.
¿La aporofobia es política?
También es política. Creo que en
nuestro país se relega a los que parece que no pueden ofrecer mucho a cambio y
un ejemplo palmario es la poca acogida y hospitalidad que hemos tenido con los
emigrantes y los refugiados, insisto.
Y, sin embargo, hay que destacarlo
porque la UE tenía un compromiso de hospitalidad... Angela Merkel se la jugó en
su propio partido. Hay quien se ha esforzado y quienes directamente han cerrado
filas, Reino Unido y Hungría como principales valedores del cerrojazo. Hemos
demostrado claramente aporofobia en ese punto. Lo que nos molesta de esa gente
que viene de fuera es que sea pobre.
Pobres también son muchos gitanos,
según cita en su libro.
El suyo es un fenómeno interesante
porque no son extranjeros, no pueden ser más autóctonos. No son los mismos los
gitanos que triunfan en el mundo del arte y los gitanos que están rebuscando en
los contenedores. Hay una diferencia esencial: su economía.
Tampoco sentimos
rechazo hacia el pobre que pasa hambre en India o Mauritania.
No, con el pobrecito de África no
tenemos esa mirada. Como está a miles de kilómetros de distancia, mantenemos
cierta solidaridad. Quien te molesta es el que está aquí, porque crees que
viene a perturbarte, a dejarte sin... Ojos que no ven, corazón ... Rechazamos
al que pide algo y no lo paga.
¿De dónde procede ese recelo hacia el
pobre?
El recelo, el rechazo, viene de nuestra
mentalidad contractualista, que consiste en estar dispuesto a dar solo con tal
de recibir. Si uno es contractualista, el mundo solo se entiende si yo te doy y
tú me devuelves. Se trata de tener amigos hasta en el infierno. Ejemplos hay
todos los que se quiera. Cuando una mentalidad contractualista choca con quien
no puede dar nada a cambio es cuando se genera la exclusión. Se quedan fuera,
los apartamos e invisibilizamos.
Todos en el fondo somos un poco
aporófobos porque tenemos un cerebro que nos lleva a disociar y poner entre
paréntesis todo aquello que pueda generar malestar.
La crisis lo alimentó, ¿y la
postcrisis?
La pobreza es evitable, dice usted. ¿Y
la aporafobia?
Las dos son totalmente evitables.
Cuando uno tiene una tendencia, extirparla es una cosa un poco rara y lo que
funciona es contrarrestarla con virtudes. La compasión es un buen término,
aunque hayan querido cargarle connotaciones negativas. Compadecer significa padecer con. Compadecer su alegría,
compadecer su tristeza, comprometerse a aliviar el sufrimiento. Como somos
iguales, tenemos sintonía. Cuando otros se alegran, me alegro. La compasión así
entendida es buena.
Me motiva mucho que en el campo de la
filosofía política, en la que yo trabajo, una serie de autores esté
revalorizando el papel de los sentimientos en la vida pública... En esa vida
pública en la que también debería importar el sentimiento de compasión.
Hay que rehabilitar las palabras, sobre
todo, en este país de envidiosos. Si quieres disgustar a alguien, cuéntale que
te ha pasado algo bueno. La clave de la compasión es aliviar el sufrimiento.