Eran aquellas personas que despreciaban cualquier
pensamiento que no tuviera una relación íntima consigo mismo, de manera que
frente a todo lo externo a su yo lo trataban como sentires y no como pensares.
A los atenienses de entonces que en su mayoría entendían la democracia como un
compromiso personal con sus conciudadanos, a estos idiotas no les tenían
aprecio. Aquellos idiotas no pensaban en la cosa pública, cualquier decisión de
interés general que de forma obligada tuvieran que tomar, la adoptaban en base
a chismes o simpatías para disimular la ausencia a cualquier implicación.
Partiendo
de esta conceptualización del término, no parece desaforado afirmar que estamos
rodeados de idiotas, y lo peor es que este tipo de idiotez se contagia de
manera exponencial; nos contagia y en una mediada u otra todos la vamos
propagando. Actúa como la niebla que parece que no moja, pero al final del día se
acaba empapando y si es fría se mete hasta los huesos. Además, se ha puesto de moda, si no se es un
poco idiota o al menos se aparenta serlo se corre el riesgo de quedar fuera de
juego o fuera de la época que nos toca vivir.
La
idiotez confunde, no se sabe si los representantes políticos son idiotas y
transmiten la idiotez a sus votantes o los votantes son los idiotas que votan a
idiotas por empatía. Nos estamos acostumbrando a poner en valor la idiotez a base
de tolerancia y conmiseración, algo así como considerar a los idiotas como fruto
de la sociedad, y como fructifican tanto la sociedad será entonces totalmente compuesta
por idiotas.
Barcelona a 15 de octubre del
2020. RRCh.
Y ganó Biden, pero... Muy buen análisis. ¡Besos!
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