Según lo que se va viendo, la reflexión que hacen los políticos de izquierda cuando les va mal en las elecciones se centra exclusivamente en describir las maldades que los de derecha harán, parecería que se quejan de que éstos se hagan votar y que miles de ciudadanos le voten. Así, la culpa es de los contrarios y de los que votan a los contrarios; y al parecer no se dan por aludidos que, los que votan a los otros en parte son los mismo que les dejaron de votar a ellos, puesto que no han venido en tropel desde otro país, ¡vamos!, que son de aquí. Culpar al contrario porque les gana en las elecciones, no parece muy buena reflexión.
Menos sentido parece tener, que a los partidos que la
izquierda denomina de ultraderecha cuando no directamente fascistas, se les haga
un “cordón sanitario”, que ahora le denominan “cordón democrático”. Las frases
en cuestión tenían poco de “sanitario” y ahora tiene menos de “democrático”.
Ese cordón o cerco consiste en ignorar por parte de los demás partidos a los
que consideran no democráticos -no pactar con ellos, no hablarles-, lo cual es
un contrasentido; primero, porque los representantes en cuestión sean diputados
o concejales, fueron elegidos por la ciudadanía mediante idénticos procedimientos
legales que los otros, y segundo, porque ello implicaría negarle representación
a un porcentaje importante de ciudadanos -un 10 o un 20% del censo electoral-;
y no parece muy democrático. Y, además, si los acordonados consiguen mayorías
para gobernar y son ellos los que rescatan la idea, posiblemente los que ahora
lo proponen para otros, si lo sufren ellos, no dirían lo mismo.
Posiblemente la izquierda tendría que analizar sus
fallos, reconocerlos y corregirlos. Ya está visto, que la estrategia reaccionaria
de demonizar al contrario no da buen resultado; los contrarios no se reconocen
de ultraderecha y menos ser fascistas, los apelativos se les dan desde la
izquierda, en cambio si estos, explicaran las razones de porqué hacen unas
cosas y no hacen otras; si explicaran para qué, porqué, cuándo, y hasta dónde
hacen lo que hacen, y a su vez debatieran con criterios de sentido común las
deficiencias de las propuestas de la ultraderecha, igual conseguían mejores marcas.
Las embestidas personales que se dan de derecha a izquierda y de izquierda a
derecha, esa falta de respetos mutuo, esa carencia de razonamientos sobre las
propuestas de los adversarios y la propias, esa falta de rigor, de prudencia y de decoro,
aburre hasta a las ovejas. Y la gente que está saturada de insustancialidades y
ve que nada se le soluciona, acaba votando en contra como castigo. Y ya no
digamos cuando el electorado ve que las leyes no se apoyan o se rechazan por el
contenido de la ley en cuestión sino por tácticas electorales o para conseguir
un beneficio distinto al margen de lo que realmente tienen que valora para su
aprobación o no. Si que tendrían que hacerle un cordón democrático a ese
mercadeo de cantamañanas, donde sobre la misma cosa tienen una opinión hoy u otra
mañana, que no solo aburre, sino que indigna y desprestigia. Es insoportable
que estén hasta el último minuto de la aprobación de una norma, para decidirse
a votarla o a oponerse, y ello no es fruto del debate sobre las bondades o
maldades de la norma que les importa un carajo, sino sobre qué se pueden llevar
por hacer ese “favor”; llevárselo como grupo político o llevárselo como individuo.
Eso es lo que repugna, a eso es a los que les ha de hacer la izquierda un
condón democrático, si quiere llamarse izquierda, y sino se irán todos a la mierda.
Llevan años centrándose en cuestiones emocionales, la patria, los territorios,
la memoria, los sentires de género y una sucesión de cuestiones ciertas y
necesarias de minorías, pero las elecciones se ganan por las mayorías, y a la
mayoría no le están dando opciones y ni siquiera le explican por qué una cosa
debe ir primero que otra.
Igual se ha de volver a la racionalidad, que sentimientos
cada uno tiene los suyos y cada vez están más resentidos.
Barcelona a 15 de febrero del 2022. RRCh.