miércoles, 11 de enero de 2023

EL MAL DE LA DESLEGITIMACIÓN DE LAS DEMOCRACIAS

 Las democracias no son más que un procedimiento, unas reglas, un conjunto de normas que regula cómo y de qué manera se dirige la vida de los ciudadanos que componen los Estados Democráticos. En el vértice del procedimiento se sitúa una Ley Fundamental que generalmente se denomina Constitución para cuya puesta en vigor se requieren unas mayorías reforzadas de legisladores que la suscriban. Las distintas leyes o norma que complementan la regulación, necesitarán mayorías simples o reforzadas en función de su trascendencia sobre la vida de los gobernados, sin que en ningún caso puedan contradecir la norma Fundamental. Los legisladores suelen denominarse diputados y senadores, dependiendo si la democracia concreta en cuestión es bicameral o unicameral si hay un Congreso de Diputado y un Senado, o solo una cámara; y tan democrática será una u otra. El número de legisladores de cada formación política surgen del resultado de votaciones universales periódicas que según las normas electorales determinen, según los votos conseguidos por cada uno. El cuerpo electoral lo establece el censo poblacional a partir de determinada edad que generalmente es después de los 18 años.

Ese compendio de Constitución, Leyes Orgánicas, Leyes Ordinarias, Decretos, Reglamentos, Actos Administrativos y normas complementarias, podrán ser derogadas y cambiadas por otras distintas y contrarias todas las veces que el porcentaje de legisladores que la reglas establecen como necesario lo decidan, siguiendo los causes legales que para tales modificaciones están previstas. Todo lo que determine ese compendio legislativo en vigor mientras estén en vigor serán legítimas en su aplicación. Y ello no quiere decir que sean justas para todos los ciudadanos, puesto que mucho de ellos pretenden o pretenderán otras diversas o contrarias y no lo consiguen por no lograr las mayorías requeridas para transformarlas, no obstante aunque no les satisfagan las han de acatar y cumplir.

Las normas dimanantes de tales reglas procedimentales serán siempre y en todo caso legítimas y democráticas al ser el resultado de la voluntad mayoritaria de los ciudadanos que componen la soberanía determinada por la Ley Fundamental (Constitución). Y será legítima y democrática la instauración de la pena de muerte como su prohibición; será tan legítima y democrática la penalización del aborto como su autorización; serán tan democrática y legítimas si surgen de un Estado Monárquico, Republicano, Federal, Confederal, Unitario, confesional, aconfesional o laico; será tan legitima y democrático si el gobierno que las instaura es de derechas, de izquierda, de centro, o ultras de un lado u otro, siempre que respete las normas.

La deslegitimación de las democracias es un mal que desde hace un tiempo se está intensificando, y ese mal aunque actualmente se incentiva más desde las formaciones políticas de derecha mediante un populismo desaforado mediante mentiras y medias verdades dirigidas a las emociones más que a las razones, no solo es responsabilidad de la derecha, también los autodenominados de izquierda tienen parte de responsabilidad en ello.  Aunque ya no parece estar de moda, hasta hace un escaso tiempo se defendía desde la izquierda el llamado “cordón sanitario”, que en su propia literalidad ya es agresivo, puesto que “cordón” es sinónimo de lazo, cerco o acorralamiento, y “sanitario” parece querer decir que hay una parte infectada o enferma que ha de ser excluida o cercada en el acordonamiento. Y lo más grave es que ello no está destinado a intentar atajar una pandemia como el Covid, sino a excluir de la participación política a un grupo determinado de diputados y senadores que lo son por el voto popular dimanante de la aplicación de las misma reglas que los diputados y senadores que proponen o proponían dicho cordón sanitario; lo que sin dudas implica la deslegitimación de la voluntad de los ciudadanos que votaron a tales representantes, y la consiguiente deslegitimación del resultado electoral de las elecciones y de las propias instituciones en las que lo dicen.    

El fanatismo es el resultado de la manipulación emocional, y del abandono de la racionalidad y la razonabilidad. Es tan deslegitimador decir que el presidente del gobierno elegido democráticamente es un dictador, un traidor o un okupa, como decirle a un diputado que es fascista o machista que propicia la violencia de género porque da un discurso que el agresor no comparte sin decirle educadamente qué parte del discurso no comprarte y porqué. Las alusiones personales deslegitimadoras del adversario sí que son merecedoras de ser acordonadas y cuanto antes lo consigamos más sanidad política tendremos.

La deslegitimación de la democracia en USA, que en varios Estados tiene instaurada la pena de muerte, la prohibición del aborto y el uso de armas de fuego que en ocasiones se disparan en colegios por colegiales, y no por ello deja de ser una democracia, la propició Donald Trump y sus acólitos que acabaron invadiendo las instituciones más representativa a lo bruto.  Pero ello no es el resultado de ciencia infusa, ni de una explosión popular conjunta y espontánea, sino de un trabajo pensado y continuado de deslegitimación de las instituciones y sus reglas, mediante la publicidad de mentiras y medias verdades trufadas de patrioterismos alimentadas por el dinero de sus promotores para soliviantar las voluntades de los menos instruidos que en la mayoría de los casos no tienen nada que perder, o así lo creen.  Y les hicieron creer que si no ganan los suyos en las elecciones esas elecciones no valen, y aquí en el mismo camino están el Partido Popular y Vox, pero lo más triste es que si ganaran las elecciones los de Partido Popular con Vox, muy posiblemente los de Podemos y otros dirían más o menos lo mismo, aunque usaran otras palabras. Y lo de Brasil es lo mismo de lo mismo. Pero es que aquí la quema de contenedores, el levantamiento de aceras en la Plaza Urquinaona de Barcelona para tirarle pedradas a la policía, el intento de entrar en un edificio público impidiendo que entraran o salieran funcionarios mientras un descerebrado los incitaba encima de un coche policial, o el intento de entrar en el Parlament obligando al President a salir en helicóptero, y aunque no es comparable en su intensidad y consecuencias, sí tenían las mismas motivaciones y perseguían los mismo fines que aquellos otros en USA y Brasil: subvertir el orden constitucional cambiando las reglas mediante la fuerza de sus sentimientos. Y generalmente, y lo de Barcelona no es una excepción, los líderes de la patria se acaban escondiendo o dicen que ellos no tienen nada que ver con lo sucedido, aunque lo comprenden.

Estamos abandonando la confrontación intelectual de ideas, racional y razonable mediante el respeto mutuo -y solo se respeta al que opina o piensa distinto, puesto que el coincidente siempre es amigo o colega respetable-; y lo estamos sustituyendo por una suerte de guerra separatista por los sentimientos desde los sentimientos. Los mismos que dicen defender la diversidad y su convivencia, niegan la diversidad y la convivencia.

Barcelona a 11 de enero del 2023.RRCh