Las democracias no son más que un procedimiento, unas reglas, un conjunto de normas que regula cómo y de qué manera se dirige la vida de los ciudadanos que componen los Estados Democráticos. En el vértice del procedimiento se sitúa una Ley Fundamental que generalmente se denomina Constitución para cuya puesta en vigor se requieren unas mayorías reforzadas de legisladores que la suscriban. Las distintas leyes o norma que complementan la regulación, necesitarán mayorías simples o reforzadas en función de su trascendencia sobre la vida de los gobernados, sin que en ningún caso puedan contradecir la norma Fundamental. Los legisladores suelen denominarse diputados y senadores, dependiendo si la democracia concreta en cuestión es bicameral o unicameral si hay un Congreso de Diputado y un Senado, o solo una cámara; y tan democrática será una u otra. El número de legisladores de cada formación política surgen del resultado de votaciones universales periódicas que según las normas electorales determinen, según los votos conseguidos por cada uno. El cuerpo electoral lo establece el censo poblacional a partir de determinada edad que generalmente es después de los 18 años.
Ese compendio de Constitución,
Leyes Orgánicas, Leyes Ordinarias, Decretos, Reglamentos, Actos Administrativos
y normas complementarias, podrán ser derogadas y cambiadas por otras distintas
y contrarias todas las veces que el porcentaje de legisladores que la reglas
establecen como necesario lo decidan, siguiendo los causes legales que para
tales modificaciones están previstas. Todo lo que determine ese compendio
legislativo en vigor mientras estén en vigor serán legítimas en su aplicación.
Y ello no quiere decir que sean justas para todos los ciudadanos, puesto que
mucho de ellos pretenden o pretenderán otras diversas o contrarias y no lo
consiguen por no lograr las mayorías requeridas para transformarlas, no
obstante aunque no les satisfagan las han de acatar y cumplir.
Las normas
dimanantes de tales reglas procedimentales serán siempre y en todo caso
legítimas y democráticas al ser el resultado de la voluntad mayoritaria de los
ciudadanos que componen la soberanía determinada por la Ley Fundamental
(Constitución). Y será legítima y democrática la instauración de la pena de
muerte como su prohibición; será tan legítima y democrática la penalización del
aborto como su autorización; serán tan democrática y legítimas si surgen de un
Estado Monárquico, Republicano, Federal, Confederal, Unitario, confesional,
aconfesional o laico; será tan legitima y democrático si el gobierno que las
instaura es de derechas, de izquierda, de centro, o ultras de un lado u otro, siempre
que respete las normas.
La deslegitimación
de las democracias es un mal que desde hace un tiempo se está intensificando, y
ese mal aunque actualmente se incentiva más desde las formaciones políticas de
derecha mediante un populismo desaforado mediante mentiras y medias verdades dirigidas
a las emociones más que a las razones, no solo es responsabilidad de la derecha,
también los autodenominados de izquierda tienen parte de responsabilidad en
ello. Aunque ya no parece estar de moda,
hasta hace un escaso tiempo se defendía desde la izquierda el llamado “cordón
sanitario”, que en su propia literalidad ya es agresivo, puesto que “cordón” es
sinónimo de lazo, cerco o acorralamiento, y “sanitario” parece querer decir que
hay una parte infectada o enferma que ha de ser excluida o cercada en el acordonamiento.
Y lo más grave es que ello no está destinado a intentar atajar una pandemia como
el Covid, sino a excluir de la participación política a un grupo determinado de
diputados y senadores que lo son por el voto popular dimanante de la aplicación
de las misma reglas que los diputados y senadores que proponen o proponían dicho
cordón sanitario; lo que sin dudas implica la deslegitimación de la voluntad de
los ciudadanos que votaron a tales representantes, y la consiguiente deslegitimación
del resultado electoral de las elecciones y de las propias instituciones en las
que lo dicen.
El fanatismo es el
resultado de la manipulación emocional, y del abandono de la racionalidad y la
razonabilidad. Es tan deslegitimador decir que el presidente del gobierno
elegido democráticamente es un dictador, un traidor o un okupa, como decirle a
un diputado que es fascista o machista que propicia la violencia de género porque
da un discurso que el agresor no comparte sin decirle educadamente qué parte
del discurso no comprarte y porqué. Las alusiones personales deslegitimadoras
del adversario sí que son merecedoras de ser acordonadas y cuanto antes lo
consigamos más sanidad política tendremos.
La deslegitimación
de la democracia en USA, que en varios Estados tiene instaurada la pena de
muerte, la prohibición del aborto y el uso de armas de fuego que en ocasiones se
disparan en colegios por colegiales, y no por ello deja de ser una democracia,
la propició Donald Trump y sus acólitos que acabaron invadiendo las
instituciones más representativa a lo bruto.
Pero ello no es el resultado de ciencia infusa, ni de una explosión popular
conjunta y espontánea, sino de un trabajo pensado y continuado de deslegitimación
de las instituciones y sus reglas, mediante la publicidad de mentiras y medias
verdades trufadas de patrioterismos alimentadas por el dinero de sus promotores
para soliviantar las voluntades de los menos instruidos que en la mayoría de
los casos no tienen nada que perder, o así lo creen. Y les hicieron creer que si no ganan los suyos
en las elecciones esas elecciones no valen, y aquí en el mismo camino están el
Partido Popular y Vox, pero lo más triste es que si ganaran las elecciones los
de Partido Popular con Vox, muy posiblemente los de Podemos y otros dirían más
o menos lo mismo, aunque usaran otras palabras. Y lo de Brasil es lo mismo de
lo mismo. Pero es que aquí la quema de contenedores, el levantamiento de aceras
en la Plaza Urquinaona de Barcelona para tirarle pedradas a la policía, el
intento de entrar en un edificio público impidiendo que entraran o salieran funcionarios
mientras un descerebrado los incitaba encima de un coche policial, o el intento
de entrar en el Parlament obligando al President a salir en helicóptero,
y aunque no es comparable en su intensidad y consecuencias, sí tenían las mismas
motivaciones y perseguían los mismo fines que aquellos otros en USA y Brasil:
subvertir el orden constitucional cambiando las reglas mediante la fuerza de
sus sentimientos. Y generalmente, y lo de Barcelona no es una excepción, los líderes
de la patria se acaban escondiendo o dicen que ellos no tienen nada que ver con
lo sucedido, aunque lo comprenden.
Estamos abandonando
la confrontación intelectual de ideas, racional y razonable mediante el respeto
mutuo -y solo se respeta al que opina o piensa distinto, puesto que el coincidente
siempre es amigo o colega respetable-; y lo estamos sustituyendo por una suerte
de guerra separatista por los sentimientos desde los sentimientos. Los mismos
que dicen defender la diversidad y su convivencia, niegan la diversidad y la
convivencia.
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