Es una realidad
incuestionable que, para evitar conflictos éticos o morales frente a ciertas conductas, acciones o negocios, le
cambiamos el nombre a la cosa. Así parece que es menos hiriente a la
sensibilidad corriente, o más moderno. Es evidente que estamos ante un negocio
lucrativo, en el que participan varios intermediarios: los que disponen del
listado de mujeres dispuestas a arrendarse para gestar, parir y hacer entrega
de la criatura, los que hacen los contactos con los “clientes finales”;
abogados que redactan el contrato regulando las consecuencias jurídicas en caso
que surjan ulteriores problemas de impago o negativa a la entrega del recién
nacido; la clínica que efectúan la fecundación artificial y hace el implante en
el útero de la mujer contratada; el centro que proporciona la estancia y
control de la gestante durante su embarazo; los médicos que le asisten en el
parto, etc. Decir que estamos ante vientres de alquiler es un eufemismo
denigrante para las mujeres pobres que se ven abocadas a ello. El arriendo o
alquiler no es solo del vientre, sino de toda ella. Ella, si ya tiene hijos a
su cargo, cuando está gestando para otro entre náuseas y vómitos debe pensar en cosas muy parecidas a las que
pensó en anteriores embarazos, debe sentir similares incomodidades por los
cambios hormonales y la modificación física general que el progreso de la
gestación le produce. Ella, si no tiene
hijos a su cargo y está en el primer embarazo pensara en el hijo que está
gestando, cómo será cuando nazca, cómo será cuando crezca, cómo será cuando sea
adolescente, cómo será cuando sea adulto; cómo será cuando se lo lleven. ¿Ella
tendrá la depresión postparto, o se la resuelve el contrato? Ella una vez haya
parido se quedará con un porcentaje escaso del precio del negocio, y con las
varices, con las estrías, con las cicatrices; se quedará consigo misma. Habrá
hecho feliz a otra mujer que no podía tener hijos pero tenía más dinero que
ella para pagar. ¿Solidaridad? Bueno, todo es cuestión de creérselo, si la “cliente
final” se cree que una mujer en el extranjero está dispuesta a gestar y parir
un niño para dárselo, por pura solidaridad con una pareja o mujer española
que quiere tener un hijo, pues bien, siempre será más cómodo que asumir la realidad.
Ella, la que gesta para dar, asume que
los españoles le llamarán día sí y día también con acento extranjero y con
exigencias, para que le diga cómo va el embarazo, qué vida hace, si se cuida o
no, qué dieta sigue, si está tranquila, si ha de tomar o no medicinas para evitar
los vómitos; para pedirle que les pase los análisis por wasap y las ecografías.
Ellos han pagado por un resultado, Ella ha de satisfacer el deseo ajeno con todo su ser.
Barcelona
a 6 de Julio del 2015.- RRCH.
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