El sentimiento de impunidad
que corroe las entrañas de algunas personas, casi todos políticos y casi todos
de derecha (aunque no todos en este último supuesto), parece tener efectos
adictivos, engancha. La cocaína como droga ampliadora de la conciencia atribuye
a su consumidor unas aparentes mayores facultades o un aparente mayor
rendimiento de aquellas que tiene; el sentimiento de impunidad hace más o menos
lo mismo, amplia la proyección exterior de la autoestima del poseedor de dicho
sentimiento, aunque él en su fuero interno por más escondido que lo tenga sabe
que es una mierda, pero los demás no. Como toda droga ampliadora de la conciencia
sentirse impune proporciona un placer, y como tal se intenta conservar y si es
posible acrecentarlo. La cocaína como el sentimiento de impunidad, tienen una
alto margen de tolerancias en el organismo humano, que los va integrando como elementos
sustanciales y necesarios para su regular funcionamiento, de forma que se ha de
ir subiendo la dosis para mantener la euforia y el placer, si no se incrementa
la ingesta se ha de mantener la acostumbrada para estar normal, lo cual ya no
hace gracia, y se sube. Claro, a medida que se aumenta el consumo se incrementa
el coste que se ha de invertir para sostenerla, y cuando los ingresos legales
propios no llegan a sufragar el precio que el mantenimiento del vicio requiere,
se ha de acudir a otros fondos, que generalmente ni son legales ni propios. La
adicción a la impunidad requiere de un entorno solidario con el consumidor. Ese
escenario suele hallarse generalmente entorno al reparto de dinero público. Lo
que es de todos no es de nadie, y aquí se pilla y con esto se tapan bocas,
orejas y ojos. La crisis económica ha sido una excelente desgracia, dado que la
escasez de dinero para tapar ha conseguido, al menos, que los adictos al sentimiento
de impunidad comiencen a padecer el síndrome de abstinencia. Este síndrome es
jodido, puesto que, se le echa lo que pide para apaciguarlo, o se ha de
ingresar en clínica de desintoxicación. Para ingresar en esos centros
especializados lo que se hace más cuesta arriba para el adicto es, que tiene
que reconocer la adicción, de lo contrario no hay cura: doctor soy corrupta y me quiero curar, no hice el master, tengo el
título que es bueno, pero no fui y no sé ni de qué iba la cosa esa. La culpa no
es mía, es de la Universidad que me lo dio así nomás; fíjese doctor que ni me
pidieron que fuera a clase, ni que hiciera trabajos, ni tampoco esa cosa que
llaman TFM o cómo coño se diga; me han utilizado doctor; se han aprovechado de
mi cargo, y ahora yo necesito todo eso y más de eso. Me siento gilipollas
doctor, sin master llegué a presidenta de la Comunidad de Madrid, nadie me pidió
el título y ahora que tengo título he de esconderme y hasta podría ser que me
tenga que mandar a mudar. Esto es una desgracia. Ahora cuando le pregunten al
presi por mi en lugar de llamarme Cristina Cifuentes seré esa persona por la
cual usted se interesa. Ahí está el problema de la adicción, nunca se puede
decir de esta agua no beberé ni este cura no es mi padre. Quizás se habría de
crear una Secretaría de Estado contra el sentimiento de impunidad o un Gabinete
de Crisis, lo jodido es conseguir integrantes no adictos o desintoxicados; y no
solo se han evitar a los masterinómanos. ¿?
Barcelona a 11 de abril del
2018. RRCh
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