Parecería cierto que hoy por hoy
existe un casi pleno consenso entre la especie humana, que hombres y mujeres
han de ser tratados igualitariamente en cuanto a obligaciones y derechos,
exceptuando esa minoría irredenta que siempre existe incluso para defender que
el planeta tierra es plano.
Lo que ya no parece tan
pacífico es saber qué ser humano es una mujer, puesto que frente a la
conformación biológica femenina que hasta hace un tiempo distinguía a la hembra
humana del macho se le ha enfrentado otra valoración de orden ideológico que
combate el determinismo biológico.
Desde esta perspectiva el ser humano con
una estructura cromosómica XX y las características físicas que ello implica no
tiene por qué ser considerada mujer -o por lo menos no siempre desde su
nacimiento hasta su muerte-, y una estructura XY no tiene que ser determinante
para ser varón desde que nace hasta que muere, sin perjuicio que sus rasgos
físicos y órganos sexuales objetivamente así lo aparenten.
Consecuentemente al haberse introducido
en la catalogación de macho o hembra un criterio personalísimo e
intransferible propio de cada individuo humano que le posibilita
atribuirse por autodeterminación su
identidad de género o sexual; en tal caso, deberíamos abandonar cualquier
consideración objetiva exógena al individuo para reconocer a una mujer o a un
hombre, puesto que cada persona decidirá por sí mismo si es de un género u
otro, de un sexo u otros, y además a lo largo de su existencia podría
rectificar su anterior elección las veces que lo desee en pro de conquistar la
plena felicidad por designio de sus sentimientos.
Podría pensarse que esta problemática
en distinguir a una mujer de un hombre a fin de evitar una discriminación de la
primera en favor del segundo obedece a las técnicas quirúrgicas que hoy pueden
transformar la apariencia de un cromosómico XX en la apariencia de un
cromosómico XY. Ello se consigue con bloqueadores hormonales que impiden las
transformaciones físicas desde la adolescencia y la consecuente posterior
ingesta hormonal elegida por el individuo para conformar el físico exterior
deseado, e incluso extirpando pene y testículos al que los tenía para construirle
una vagina, o cerrando la vagina y construirle un pene a quién lo desee.
Naturalmente que estas transformaciones
físicas mediante técnicas quirúrgicas no
son fruto de caprichos, sino que obedecen a la necesidad de restarle
sufrimiento a quién no se identifique con los órganos genitales reproductores
con los que vino al mundo, no obstante, esta transformación y la consecuente
modificación de nombres de pila: femenino por masculino o a la inversa, tampoco
aclara la aparente confusión, puesto que
no todas las personas que se autodeterminan como femeninas o masculinas tiene
la necesidad o el deseo de desprenderse de sus atributos sexuales
reproductores, existen también las autodeterminada mujeres con pene o hombres
con vagina que sencillamente se sienten y consideran mujeres aceptando su
cuerpo de varón o las que se siente hombre aceptando su cuerpo de mujer.
Ello está generando una confrontación
entre el feminismo clásico y el actual que considera el género como una
construcción social.
El feminismo clásico defiende los derechos de
la mujer desde los albores del siglo XIX, considerando como tal a aquél ser
humano que nace con cromosomas XX, vagina, trompas de Falopio, ovarios y útero,
que al llegar la adolescencia notan el crecimiento de las glándulas mamarias,
les viene la menstruación y tienen la posibilidad de quedar embarazadas y ser
madres con efectos hormonales exclusivos, y excluyente del género masculino. Y
que en base a tales características son destinadas a tareas predeterminadas y
son apartadas de otras, lo que implica un desvalor en el devenir social en
detrimento de su propia realización como persona.
La nueva construcción social de género como
reacción a la supuesta otra construcción anterior, centrada ahora en la
elección de género por vínculos identitarios particulares aglomera a un número
de personas mayor al de mujeres biológicas desde su nacimiento.
Dentro de este conglomerado de
personas autodeterminadas como mujeres al margen de la biología, se sitúan
situaciones personales necesariamente diferenciadas. Unas podrán quedar
embarazadas incluso involuntariamente y acudirán o no a la interrupción del
embarazo y podrán ser progenitoras biológicas (ante llamadas madres) y las otras
no podrá quedar embarazadas ni tener hijos biológicos por no contar con órganos
reproductores para ello. Así las primeras tendrán que soportar las cargas
familiares y disfrutar de los beneplácitos de ello, y las otras no, debiendo en
su caso buscar otras alternativas como la adopción o los vientres de alquiler
de otras mujeres -estas sí biológicas- en precario o mediante el pago del
arriendo. Con lo cual las necesidades de unas y otras además de ser diferentes,
en más de una ocasión serán enfrentadas en sus intereses.
Más compleja será la situación si se acaba imponiendo como nueva
construcción social que la autodeterminación identitaria de los individuos a un
género y otro se sitúe totalmente desvinculado de la apariencia física
biológica, de manera que una persona con físico masculino totalmente aceptado
por ella se autodetermine mujer y consecuentemente actúe como tal y reivindique
que se le trate como mujer, ello aparentemente situaría a las mujeres
biológicas en clara desventaja por ejemplo en el ejercicio de actividades
deportivas como el boxeo, el tenis, el básquet, el ciclismo, la natación, el
fútbol o el atletismo por ejemplo. Y más
complicado aún será el redactado de las leyes cuando en ellas se pretenda hacer
una discriminación positiva para equilibrar la ansiada igualdad y combatir la
violencia de género: podría suceder que el maltratador hombre exhiba cuerpo de
mujer y la mujer maltratada cuerpo de hombre, ambos habiendo ejercido el
legítimo derecho de autodeterminarse en base a sus sentimientos, e incluso a lo
largo del proceso judicial podría revertir la anterior elección por haber
mudado los sentimientos identitarios de pertenencia.
Barcelona a 10 de marzo del 2020.
RRCh.