Supongo que ha de ser por ese
infantilismo que ha inundado la mente de nuestros representantes políticos a
nivel globa, -que no hallan otro medio de hacer equilibrio en el alambre de
mantener sus puestos-, lo que les impulsa a utilizar frente a su adversario
garrotazos verbales. Tales golpes, supuestamente morales que se diferencian de
si fueran físicos en que endurecen al otro de forma y manera que se van
embruteciendo y haciéndose más fuertes; mutuamente.
Las palabras escupidas como garrotazos
no solo producen una degradación moral e intelectual entre unos y otros, sino que,
además, y esto no es menor, distorsiona y confunde, cuando no produce un
vaciamiento del propio concepto que la palabra intenta definir. Posiblemente en
el mundo de hoy exista una inmensa mayoría de personas de todos los colores y
de todos los pensamientos que se sienten violentados en su intimidad al conocer
las cosas (que no ideas), que propaga el Sr. Trump, presidente de los Estados
Unidos de América (del Norte) mediante las redes sociales, pero
desgraciadamente esta persona tiene éxito; primero, porque su conciudadanos le
votan (los pocos que votan en su país), y segundo, porque su menesterosidad
intelectual va siendo asumida por simpatía, progresivamente y de forma
constante por el resto de representantes políticos del mundo. Y en España no
van a ser menos. Para los autodenominados de izquierda y cuánto más se
autodenominan peor, cualquiera que les critique se convierte en fascista, y
para los de la derecha, derecha, cualquiera que les critique son comunistas.
Simple, sencillo, sin matices, sin explicación: fascista o comunistas,
comunistas o fascistas. Y ya encapsulado
el emisor de la opinión en una facción u otra, para el de la contraria,
cualquier cosa que aquel diga, no tendrá ningún valor ni merecerá la más mínima
atención, aunque sí el inmediato rechazo, dada la inhabilitación totalizadora e
integra que el apelativo atribuido le impone, anulándole como persona
legitimada para pensar y hacer público lo pensado.
Es más que posible, con perdón, que
al menos en la Europa occidental hoy no haya fascistas ni comunistas. De entrada, el término fascistas lo crearon
las personas que comulgaban con las ideas que sostenían su formación, y el
término comunista también. Se autodenominaban así: fascistas/ comunistas; no
era un insulto a disposición de sus oponentes, era por el orgullo propio. Hoy,
al menos en España, no aparece nadie que orgullosamente se denomine fascista o
comunista, sino que por el contrario se defienden de tal etiqueta cuando su oponente
se la atribuye. El hecho que alguna formación política defienda ideas que en su
momento fueron defendidas por el fascismo. ni de cerca le convierten en tal, y
lo mismo pasa con el comunismo. Incluso comunistas y fascistas han compartido actitudes
y hechos en gran parte en sus respectivas historias y en los Estados que han
gobernado: ignorar los derechos humanos de los disidentes, restringir la libertad
de prensa y opinión, el machismo, la homofobia, y entre otros, la lucha contra
el Estado capitalista hoy aceptado por los unos y los otros como democrático.
Posiblemente si se prepararan para
oponer resistencia razonada y razonable a sus oponentes políticos en leal batalla
dialéctica podrían acrecentar su propia autoestima y la aceptación de la
ciudadanía, que, aunque ellos hayan concluido que son idiotas igual no lo son
tanto o dejen de serlo cuando ellos se empeñen en representarles dignamente. Se
habría de entender que siempre se puede estar peor y que el embrutecimiento
intelectual de su oponente le convierte en enemigo, y más fuertes por ser brutos.
El chismerío y la bazofia entretienen pero no solventan problemas.
Barcelona, a 1 de julio del 2020. RRCh.
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