Es difícil, si no imposible, que
España deje de ser una monarquía y a su vez siga siendo España. La restauración
de la monarquía una vez acabada la era de Franco, que no implica necesariamente
entender que con ello acabó el franquismo, el Rey Juan Carlos por voluntad
propia u obligado por las circunstancias, junto con Adolfo Suárez, contribuyó
de forma importante al restablecimiento de la democracia y a la prosperidad que
el país ha mantenido hasta la actualidad. La ciudadanía sin ser
mayoritariamente republicana ni tampoco monárquica aceptó el juancarlismo
como adopción provisional de un estado de las cosas que sin ser la ideal se
consideró como la única posible mientras tanto. Y mientras tanto se hizo la
vista gorda sobre la conducta privada de Juan Carlos circunscrita a sus
relaciones personales tanto en su vida afectiva como en las relaciones con los mandantes
de los países árabes. Juan Carlos era un buen embajador que conseguía buenos
negocios para nuestras empresas y consecuentemente ello repercutía de manera
beneficiosa en la economía nacional, los líos de faldas que se conocían, pero no
se publicaban, casi resultaban graciosos dada la empatía campechana que él
irradiaba.
Ello ha cambiado sustancialmente
desde que se ha conocido que el ex monarca disponía y dispone de depósitos de
cuantías dinerarias extravagantes en entidades bancarias extrajeras, y el juancarlismo
de mientras tanto se ha diluido súbitamente al tiempo que se traslada la
crítica destructiva a la institución de la corona encarnada en Felipe VI, su
hijo. Se puede decir que del árbol caído todos sacan astillas, y que la
ciudadanía olvida pronto todo lo bueno que hizo Juan Carlos. Pero esto sería
una simplificación poco seria y bastante irresponsable. Lo cierto es que Juan
Carlos se ha ido de España a un destino que ni siquiera anuncio previamente y
sin dar una versión sobre los hechos publicados.
La monarquía se sustenta en el equilibrio prudente
y en la no intervención en disputas partidistas, pero eso no debería implicar
que ni siquiera trascienda un mínimo relato de cómo y de qué manera se prevé
subsanar los acontecimientos de los cuales Juan Carlos es actor principal, ya
sea por parte del propio Juan Carlos o de la institución monárquica. La
ciudadanía española por más tolerante que sea no puede asumir que el mismo rey
que hacía discurso sobre la igualdad de todos frente a la ley, ahora se ausente
sin explicar de dónde y a costa de qué acumuló tanto dinero precisamente en
tiempos en que la ciudadanía soportaba una crisis económica gravísima; porqué
lo puso en la banca extranjera y realizó desaforados regalos a una señora que
ahora no solo le ataca a él, sino que ridiculiza a toda la casa real y al
centro nacional de inteligencia.
La defensa de la monarquía si es que ha de ser
defendida pasa por asumir que el problema creado incide de forma frontal en la
legitimidad de la institución. La
monarquía perdurará en la medida que mantenga un mínimo de afecto ciudadano, y
ello existirá mientras demuestre utilidad para la unión y la estabilidad. Hoy
por hoy el desafecto de los españoles a la clase política -y por añadidura a
las instituciones-, parece estar en mínimos históricos, cada facción construye
el relato que mejor conviene a sus correligionarios despreciando impúdicamente
a la realidad, con el único propósito de generar enfrentamientos fanatizados.
Todo vale para enardecer a los acólitos en la destrucción del contrario, y en
teoría la figura del rey debería estar por encima de tales reyertas propiciando
ejemplaridad, y no lo hará si se esconde detrás de fieles interesados en el
mientras tanto. Felipe VI que seguramente es una persona decente, formada y con
buenas intenciones, si no actúa de forma rápida y eficiente, no podrá salir de
la densa sombra de su padre si intenta eludir parte del total caudal
hereditario, y consecuentemente ha de responder con todo su patrimonio presente
y futuro por el causante de la herencia, dado que en este caso no vale acogerse
al beneficio de inventario.
El patriotismo, como casi todo el patriotismo
y muy especialmente el que ejerce la clase dominante que consecuentemente
también maneja los puestos claves en la judicatura, por más que intente salvar
al Rey tirando piedras y escondiendo la mano contra los que a ellos le incomodan,
lejos de ayudarle, solo le alejarán de la utilidad que debería legitimarle.
Barcelona a 28 de septiembre 2020.
RRCh