El fanatismo por definición es
integrista con los propios y segregacionista con los ajenos, persigue el totalitarismo
identitario sobre una realidad alternativa, paralela a la existente, que ilusiona
a sus creyentes como poseedores la verdad absoluta. Y cuando se enfrentan a otros
fanatismos de signo contrario, se sitúan en la posición de victima a la que se
acomodan y disfrutan; y el fanatismo contrario hace exactamente lo mismo,
experimentan las mismas emociones sobre los supuesto contrarios, se retroalimentan.
Y así es que estamos construyendo una sociedad partida al medio y lo más
preocupante es que ninguna de las dos mitades parece valer la pena, y
consecuentemente no tenemos una parte que tenga determinación y virtudes que
pueda, con el tiempo, seducir a la otra mitad e integrarla a un todo diverso, colaborativo
y esperanzador. Proponer soluciones no vende.
La destrucción del otro parece ser la
motivación más aplaudida, estamos subvirtiendo el lenguaje; llamamos dialogo a
la pretensión inamovible de que el otro nos responda exactamente lo que
queremos y además nos lo dé; escuchar al otro tomando en consideración lo que
dice, es un acto de traición a los propios.
Llamamos libertad de expresión a una
suerte de divertimento consistente en decir cualquier majadería o cualquier
mentira, eligiendo como medio el insulto más ofensivo a aquél que seguramente
-o por las dudas- nos vaya a contradecir; y más gracia produce si el aludido no
puede defenderse. Y siempre cabe esperar que una mentira incesantemente repetida
se perciba como verdad. Si lo dicen muchos…
Estamos normalizando el desprecio a la
libertad de pensamiento; ya nos piensan otros ahorrándonos el esfuerzo.
Prescindimos de las potencialidades cognitivas que nos proporciona el cerebro -posiblemente
porque están dentro de un globo de huesos que impide hincharlo en pro de la
exhibición visual en las redes sociales-; y eso, aunque seguramente nunca los
seres humanos hayamos tenido mejor y más rápido acceso al conocimiento que hoy
en día.
Eso de conocer por medios propios y
previa crítica reflexiva nos da pereza, la confrontación de ideas no nos
interesa porque no nos parece necesario tener ideas en propiedad, las de otros
son más fáciles de repetir si se reducen a frases cortas y el emisor nos cae
bien, que nos caerá bien o no, dependiendo del medio en el que se promocione, el
número de seguidores, su configuración física y los accesorios que exhiba. Si
pasa ese filtro nos apuntamos al elenco de propagadores de su mensaje.
Generalmente el mensaje es de autocomplacencia en la que se incluye intimidades
y melancolías, que simplistamente expuesta en escenario idóneo enternecen al
fanático, incluyendo como “idea-fuerza" el ataque furibundo y sin
contemplaciones a todos los que no sean de los suyos (o hayan dejado de serlo
por traidores). La agresión mediante el insulto amparado en la impunidad de la
“libertad” de expresión motiva al fanático, si lo propagado se apoya en
verdades o mentiras la diferenciación no viene al caso (al suyo).
Las terminologías para los ataques ya están
previamente consensuadas y son de dominio público: fascista, nazi, comunista
bolivariano, traidor, feminazis, machista, homófobo, corrupto, transfóbico,
proterrorista, etc. Los que caigan en
uno de estos compartimentos estancos, para el que los encerró allí ya no serán
buenos ni como padres, ni como madres , ni como hijos, ni como albañiles, carpinteros
o jubilados; estarán fuera de cualquier consideración extraña al grupo
adjudicado, no se les escucha porque por supuesto nada que diga valdrá la
pena oír; entonces vamos repitiendo lo que dicen los nuestros que siempre y en todo
caso además de decir verdades como puños, siempre aciertan en las soluciones,
que si no se aplican es por culpa de los contras, que son dictadores, comunistas,
fascistas, machistas, explotadores, proterroristas, corruptos , antidemócratas o multifóbicos . Si lo
mismo lo dijera uno de los malos no vale, porque se ha de interpretar que no
quiso decir lo que dijo, o lo dijo con mala intención para ocultar su maldad.
Barcelona a 29 de septiembre del 2022,
RRCh
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