Las elecciones municipales y de algunas autonomías que
se celebraron el pasado 28 de mayo en España, no es que las hayan ganado la
derecha, que también, sino que las ha perdido la izquierda que se intoxicó con el
veneno que le compró a la derecha. Las concepciones ideológicas de derecha son
el producto elaborado por las clases económicas fuertes, compuestas por ricos y
por muchos aspirantes a parecerse a ellos; generalmente estos componen el
grueso del volumen de sus votantes dado que los ricos de verdad son pocos.
La esencia de la derecha se fundamenta en sentimientos
e instintos excitados, que en sus justas dosis y bien revueltos componen una
pócima emocional tan eficiente que anula la atención y el conocimiento de la
realidad de aquellos que aspiran a secundarles acariciando la esperanza a la
emulación. El concepto que a la derecha siempre y en todo caso le ha dado
excelentes resultados fue la creación de la Patria, que tendrá el mismo efecto
emocional si la izquierda le cambia el nombre por el de Matria. La Patria hoy
por hoy a nivel político tiene más relevancia que las Religiones, o la misma. Las
religiones, desde su creación por las clases o clanes dominantes ostentadoras
de la posesión de las riquezas y del poder, y la consecuente elaboración de sus doctrinas,
han estado más dirigidos al dominio de imperios, que actualmente les llamamos
de forma distinta, como “mundo occidental-cristiano”, “mundo oriental-musulmán”
y algún otro que se nos ocurra para tenerlos como bloque diferenciado, que será
respetado por los contrarios mientras les sea necesario en el mantenimiento de
lo poseído.
La creación de las Patrias, ya se produjo en ámbitos
más restringidos auspiciados e ideologizados por las oligarquías que unidas
entre ellas por intereses económicos y de poder, formaron los Países, que luego
fueron Estados con sus banderas y cánticos, propios y excluyentes. La Patria
como gran propiciadora de emociones, se simboliza en banderas derivadas de leyendas heroicas protagonizadas por los
miembros de las oligarquías fundadoras, y que crean sentimiento tan arraigados
que los aspirantes a su inclusión son capaces de morir por la Patria envueltos
en la Bandera; puesto que, naturalmente, la patria propia es mucho mejor que la
colindante, y si en ella se pasa hambre u otras necesidades siempre será culpa
de la de al lado, de la que está un poco más lejos, o de las gentes que hayan venido
de allí para quitarles el trabajo, la cultura, las mujeres o los hombres; y las
oligarquías las defienden ordenando. El patriota ante todo es fanático de su
bandera, de sus héroes y de todo el compendio de sentimientos creados que a él
le inspira, le significa como partícipe de la gesta nacional, y le diferencia
de los de fuera que siempre serán peores por lo que se les ha de apartar. El
éxito de las Patrias ha sido tan espléndido que cada ser humano objetivamente
tiene una, se lo crean o no. Los que se lo creen, tarde o temprano serán de
derechas lo sepan o no. Y ello porque los ricos de verdad que componen las
oligarquías venden muy bien lo que los demás patriotas aspiran a conseguir,
aunque generalmente no lo consiguen por más que hagan el tránsito de toda su
existencia hacia tal objetivo, y a ello se conducen mediante la libertad que al
aspirante le hacen creer que tiene. La libertad de la derecha oligarca se
constriñe en, que ellos pueden hacer los que les venga en ganas, exhibirlo, y
los demás lo pueden imitar con cosas de imitación. La exhibición de las
posesiones, las actitudes pícaras e irreverentes, sus ropajes y sus disfrutes
en ocio, incentiva a los aspirantes a desearlas e ilusionarse en conseguirlo, y
así invierten todos sus esfuerzos, dejando de lado los necesarios para adquirir
libertad de pensamiento; opción esta, cancelada por la oligarquía dada la
peligrosidad que entraña a sus intereses.
La izquierda que perdió el pasado 28 de mayo, ya había
perdido el contenido de ideas que conformaba su credo, adoptando con disimulo y
pequeñas variantes el propio de la derecha. Y así, se creyeron el patriotismo
catalán y vasco, contrario al patriotismo español que no se creyeron, o que estimaban
adormecido por ciertos complejos inoculados por los ingleses, franceses,
italianos y los príncipes alemanes, y acumulados en los últimos siglos, pero acabó
resurgiendo por pura supervivencia. Así se han incentivados a las oligarquías
catalanas y vascas, suprimiendo delitos cometidos y adecuando las legislaciones
en su favor, al tiempo que la oligarquía y el entorno aspiracional español se
sentía humillada en su patria, y naturalmente las propias son mucho mejores que
las colindantes; todas de derechas, claro. Y ganan los patriotas que son más
numerosos a la hora de votar.
Dentro de las dejaciones de ideas por parte de la
autodenominada izquierda, abandonaron a las mujeres en pro -curiosamente- de lo
que llaman feminismo; y así ya no son mujeres solo esos seres humanos que nacen
con un par de cromosoma XX, vagina, vulva, útero, menstruación y senos, que por
tales características biológicas y no por autodeterminación, han sido relegadas históricamente a
consideraciones personales restringidas e injustas, sino que será igual “mujer”
una que nazca con testículos, pene y próstata desarrollada, y que manteniendo
tales características biológicas, vista y actué como varón, si él/ella se
siente mujer ya vale. Ya las mujeres no son todas las que son, sino que sin
serlo se puede ser mujer por sentirse tal, por emociones o instintos; o por
intereses.
La autodenominada izquierda, y muchísimo más aun la que
se presenta como izquierda de la izquierda, se han salido por exceso o por defecto
de aquella presunta superioridad moral con la que se medían ante la derecha décadas
atrás. Han llenado sus discursos de improperios, manejados con idénticas palabras
por sus cuadros directivos, tal como un catecismo dictado por un santón.
Comenzaron con lo de la “casta” supuestamente dirigido a las oligarquías, sin
explicar quienes, porqué, para qué y dónde, y menos aún con que medidas preveían
domarla al asaltar el cielo; y naturalmente la derecha hizo lo mismo: “comunistas
bolivarianos”, “procastristas”, “filos terroristas” y, claro: “antiespañoles”,
puesto que los auténticos son ellos. Luego la izquierda se centró en “corruptos”
“cloacas del estado”, “periodistas manipuladores”, y “fascistas” ya más
dirigido a la derecha de la derecha. Dos bandos de insultadores, unos pedían un
cordón sanitario al otro y el otro la ilegalización de partidos opositores.
Luego esa misma
supuesta izquierda dividió el movimiento reivindicatorio más saneado que existía,
que era el feminismo, y separó a aquellas mujeres que históricamente defendían
la igualdad social ante los hombres, apartándolas de las “auténticas”
feministas que son aquellas o aquellos que incluyen a las mujeres con las
personas que al margen de sus caracteres biológicos divergentes se sentían
mujeres, con tendencia bisexuales, homosexuales, transexuales, pansexuales o indefinidos.
A las históricas que se batieron el cobre en épocas pre-democráticas las llaman
transfóbicas, y si siguen por el mismo camino pronto le llamarán fascistas; si ya no lo hacen. Lo
mismo pasa con la izquierda de la izquierda frente a la izquierda, que, a
juicio de ellos, desde sus sentires, son la izquierda auténtica, puesto que la
otra es otra cosa, pero no izquierda, y la derecha con la derecha de la derecha, viéndoles se ríen, entre ellos no reinan los sentimientos sino los intereses
que les une.
Así las cosas, es muy posible que en los próximos años
la izquierda de la izquierda contra la derecha viva mejor bebiendo las mieles
del victimismo; otro concepto ya instaurado como alternativo en el gobierno de
las apariencias y la melancolía.
Barcelona a 30 de mayo del 2023. RRCh
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