martes, 19 de julio de 2011

BORDABERRY MURIÓ

Bordaberry: descanse en paz.

Adjetivar los errores o malas acciones de un muerto, no ayuda de nada a los que quedan vivos.  Hoy me he desayunado con la noticia: que un anciano de 83 años, ha muerto; lo siento por él y envío mi pésame a los suyos. Como no tengo nociones serias sobre el más allá, no imploraré gloria en las alturas.  En alguna medida el finado marcó mi destino.  El Uruguay que pude imaginarme en mi adolescente cabeza de los años 70 está muy lejos en distancia y en emociones. Adolecí un tiempo, y a veces algunas noticias me recuerdan lo adolecido. Las personas pasan, y los países quedan como los dejan las personas que han pasado por él. En los últimos casi cuarenta años desde que el finado entregó el mando del país a los milicos, han pasado muchos otros mandatarios, pero aún el Uruguay tiene ejército. Desde hace casi una década el país es gobernado por políticos a los que se les presumía una querencia de cambio, pero aún el Uruguay tiene ejército.  Las Fuerzas Armadas de cualquier Estado justifican su existencia en el  efecto disuasorio que propagan hacia el exterior, y en el sentimiento de  protección que pueda generar a su ciudadanía ante posibles injerencias belicosas extranjeras. Las fuerzas armadas de Uruguay no se justifican por ello. El país está rodeado por otros dos, desproporcionadamente mayores,  tanto en territorio como en población, de ahí que el ejército uruguayo no puede disuadir a sus vecinos enseñándoles su potencial militar, y si sus vecinos no lo han invadido -y no se prevé que lo vayan a hacer-  ha sido por  otras motivaciones. El personal de las fuerzas armadas y la ciudadanía son conscientes de tal hecho, y ello debe generar una desconfianza mutua. La ociosidad armada siempre resulta sospechosa. Constituyen una institución inútil por carecer del cometido esencial de su propia existencia, y por tanto insoportablemente cara. Ello no implica que el personal militar sea inútil sino que realizan la actividad absurda que el Estado les asignó. Como en todas las profesiones la mayoría lo hará con dignidad, honorabilidad y respeto, salvo naturalmente aquellos que se corrompieron o se corrompan. Obviamente que, el personal militar corrompido resulta más peligroso que los corrompidos de otras profesiones, que no tienen armas. La inutilidad objetiva de dicha institución, abocada al ejercicio de las armas frente a un presunto enemigo externo ha propiciado en ocasiones que tal potencial de agresión ociosa se haya vuelto contra la ciudadanía y sus instituciones civiles. Algunos mandos del ejército manipulados por civiles temerosos de perder sus privilegios,  o manipulando a civiles para sentirse útiles, han intentado e intentan la exclusividad en la defensa de la patria frente a enemigos internos; supliendo y anulando la función para la cual está pensada la Policía. La existencia de un enemigo interior es una necesidad para la justificación del mantenimiento de las Fuerzas Armadas uruguayas, sin que resulte necesario que dicho “enemigo” tenga armas en el sentido propio del término. En ocasiones ha sido suficiente que parte de la ciudadanía tuvieran ilusiones e ideas distintas a los detentadores del poder para que hombres de armas apuntaran y dispararan  a cuerpos de personas indefensas; previa tortura. Desde hace unos años por una variación de orientación política en el país  y merced también a un escenario internacional más propicio hacia la protección de los derechos humanos y la consiguiente persecución de sus violadores, los otrora corrompidos se han visto en la encrucijada de tener que responder ante la Justicia por  sus atropellos a la ciudadanía. La valentía que se les podía suponer a éstos hombre de armas, se diluyó en un santiamén cuando individualmente fueron llamados a responder por presuntos desmanes ejecutados al amparo de la impunidad que la brutalidad les brindó. De a uno no son nada. Se sintieron desnudos con sus vergüenzas al aire e intentaron refugiarse en las instituciones de las fuerzas armadas arguyendo que éstas eran atacadas, y no ellos como individuos. Y así algunos se autodenominaron “rehenes políticos”. Éstos, si hubieran tenido una pizca de dignidad; sabiendo como sabían, que la justicia civil cuando les llama a responder ante imputaciones de presunto hechos delictivos no le embolsarían la cabeza con plástico para que se tragasen su propio vómito. Ni les pondrían cables eléctricos en los genitales; ni les harán parir en potros de tortura dándole los hijos a otros. Ni les tirarían al mar desde aeronaves. Sabiendo todo esto, debieron acudir gozosos por la suerte que tenían, sin necesidad de prostituir el lenguaje y alardear obscenamente de su deshonor. En un estado democrático y sano, cuando a un delincuente se le castiga no es ni debe ser por venganza, sino por la fuerza moral que ha de propagar la realización de la justicia en el resto de la ciudadanía. Por supuesto que la Justicia no resucita a los muertos ni hace aparecer a los desparecidos, ni retornar a los idos; pero sí, es el único bálsamo paliativo frente al desánimo y la frustración de los que quedaron vivos y guardan la memoria de las víctimas (inocentes o no). Es lo único que puede devolver la confianza en las instituciones civiles, y sólo desde esa confianza restaurada se puede pretender el necesario e imperioso perdón reconciliador. El pasado se supera cuando por él se han echado todas las lágrimas, se ha superado el duelo hasta disponer de  una  mirada limpia para advertir el futuro y recibirlo.  Y para ese futuro, más que remover incesantemente en las emocionalidades particulares, enfrentando a hijos y nietos de uno y otro lado, puesto que los viejos culpables ya se mueren solos; desde el Estado, se debería considerar por ejemplo que Costa Rica en 1948 suprimió el Ejército y en su Constitución proscribió su existencia futura, y es el país hispanoamericano que desde el pasado siglo XX hasta hoy menos conflictos sociales ha tenido. Uruguay, por lo que sé, aún se debate ente la ley de punto final y la ley de punto y seguido. Se personaliza demasiado, y en cambio, siguen alimentando con punto y seguido el Leviatán que constituye las Inútiles Fuerzas Armadas. Me acuerdo que desde gurí, al menos en mi pueblo que le pusieron otro nombre aunque  le llamábamos Isla Mala, cuando alguno criaba fama de haragán, indulgentemente se decía: ¡ése, no sirve ni pa milico!  Pero Uruguay sigue teniendo ejército de milicada ociosa y poco considerada, bajo el mando de una encartonada oficialidad que jamás tendrá la oportunidad de  demostrar su bravura; salvo -¡dios libre y guarde!- que algún platudo de barriga fría les llame a defender la patria contra algunos parroquianos con ideas propias; y en tal caso otra vez harán lo único que históricamente fueron y son capaces de hacer: avasallar a la gente.

Barcelona a 18 de julio del 2011; Ruben Romero Chiarla.

1 comentario:

  1. MARIA TERESA VIÑAS I CATA25 de noviembre de 2011, 21:54

    SUPRIMIR EL EJERCITO EN TODOS LOS PAISES,ESTO SI QUE SERIA EL RECORTE DE GASTO INUTIL MAS PERFECTO

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