(recortes, crecimiento, consumismo, empleo)
Últimamente los representantes políticos han abandonado galimatías que antes utilizaban para explicar las cuestiones presupuestarias. Las ciencias económicas han pasado de ser solo entendibles para personas muy sesudas con alto nivel intelectual, a convertirse en una cosa sencilla asimilable al funcionamiento de una casa de familia. Nos explican que hay que recortar el gasto público, puesto que como en cualquier casa de vecino no se puede gastar más que lo que entra; si se gasta más que lo que se ingresa las deudas asfixian a sus moradores. Y es cierto en cuanto a la casa. Lo que no es cierto es que el Estado se parezca en algo a una casa de familia. Un Estado, para que tenga sentido, no puede ser otra cosa que una macro organización social liderada por representantes de la ciudadanía, que tiene como objetivo y única razón de ser, la distribución de todo, de forma equilibrada y justa. La distribución de la educación; la distribución de los servicios de salud y sanidad; la distribución de la justicia; la distribución de la infraestructura; la distribución de la riqueza, de los esfuerzos para conseguir la riqueza, de los premios y de las sanciones; entre otras muchas tareas distributivas.
Un Estado no se parece en nada a la gestión de una economía doméstica, entre otros muchos motivos, porque los ingresos económicos que entran en una casa no dependen de la voluntad de sus moradores, y los ingresos que recibe el Estado solo depende de los representantes del Estado. Los recortes de gastos que se deciden en una casa van directamente al ahorro de esa casa, sin más consecuencias que no sea la supresión del disfrute de cosas o servicios superfluos. Es verdad que cualquier recorte de gasto público implica un ahorro para el erario; pero ello repercute directamente en generación de desempleo en el conjunto de ciudadanos que componen ese Estado. Pongamos como ejemplo exagerado que, un Estado disponga de dos millones de funcionarios con un coste anual de seis billones de euros entre nóminas y mantenimiento de las instalaciones públicas para tales puestos de trabajo; y supongamos también que la mitad de ellos, un millón, estén todo el día tocándose la barriga y leyendo el periódico. Parecería razonable que aplicando criterios de eficiencia se suprimiera esa mitad de inútiles, y con ello se ahorraría el Estado tres billones de euros cada año. Si se deja aquí el recorte, no solo hemos generado un millón de parados, seguramente muchos más: la persona de la limpieza que ellos emplean en sus casas, la que recoge y cuida a los niños; y los desempleados que genera los recortes que hagan el millón de desempleados ex-funcionarios; y estos sí que serán recortes de gastos domésticos. Ahora bien, si esos tres billones de euros se invierten en obras públicas, educación, sanidad, o en incentivos a los autónomos o a las empresas, y con ello se crean al menos un millón de empleos, entonces podrá ser que se consiga eficiencia; pero no ahorro. La reducción de gasto por parte del Estado siempre y en todo caso genera desempleo, y el incremento de ingresos por parte del Estado acentuando la recaudación impositiva aunque solo sea sobre los más ricos, también genera desempleo si tales incrementos de ingresos no se derivan directamente al gasto. Pongamos por ejemplo que, tengamos diez mil ricos con un promedio de ingresos anuales por cada uno, de un millón de euros, y decidiéramos restarles mediante impuestos quinientos mil euros anuales a cada uno de ellos, recaudaríamos cinco mil millones de euros. Al parecer cada rico se podría apañar con medio millón al año, que da a cuarenta y un mil seiscientos sesenta y seis euros por cada uno de los doce meses del año. Pero si esos cinco mil millones de euros el Estado no los gasta, se generará desempleo, no de los ricos, sino de los pobres. El rico con la mitad de los ingreso recortará una parte de los gastos o inversiones y seguirá siendo rico. Puede ser que uno de los gastos que recorte sea suprimir un chófer si tiene dos; puede ser que se quite a un amante mantenido/a; que se saque de encima un coche de los cinco que tiene en el garaje y de paso suprima a uno de los empleados que a su vez le cuidaba los caballos, y le diga a la ama de llaves que ya está servidos con el mayordomo, la cocinera y las cuatro empleadas domésticas; o desinvierta o no invierta más en otras actividades económicas. Con solo estos recortes para seguir siendo rico, -si lo hacen todos- hemos conseguido cuarenta mil desempleados: diez mil chicas o chicos de buen ver sin oficio ni beneficio buscándose la vida, diez mil personas con carnet de conducir y buenas recomendaciones, diez mil empleados especialistas en rascar caballos y pulir coches, y otras diez mil amas de llaves de mediana edad con buenas referencias, y todo lo que genere los recortes de gastos que estas personas tendrán que hacer, puesto que todas juntas con sus respectivos empleadores no gastarán cinco mil millones de euros. Ahora bien, si ese dinero el Estado lo gasta en educación, en investigación, en tecnología, en infraestructura necesaria para la agricultura, o lo invierte en un fondo dinerario para dar crédito a los autónomos y pequeñas empresas, entonces no ahorra nada. Sin ahorrar nada, sí puede conseguir que las o los amantes mantenidos acaben estudiando para luego trabajar en algo productivo, los chóferes se empleen en las empresas tecnológicas o se hagan autónomos; los limpiadores de caballos y coches se reconviertan en expertos en otros servicios u oficios, y las amas de llaves se adapten a otras ocupaciones.
Otras de las ideas que nos venden y que estamos comprando es, que el consumismo es malo; que se ha de ir a una economía sostenible alejadas de burbujas, y que en definitiva se ha de controlar el gasto, y por otro lado se nos dice que hay que incentivar el crecimiento para generar empleo. Lo primero se da patadas con lo segundo, es como querer que coexista una cosa y su contraria y además se lleven bien. Si eso se lleva al ámbito de una economía doméstica todo el mundo lo acaba viendo razonable. Pero es que la economía de un Estado nada tiene que ver con la economía de una casa. Si en una casa de familia, la madre se compra un par de zapatos a la semana de paso cuando va al estilista, y al cabo del año tiene siete pares sin usar, y junto con los otros pares que guardó de años anteriores los tira a la basura junto con vestidos, accesorios, bolsos y blusas; si el padre se cambia el coche cada seis meses porqué salió otro con más caballos que ya se compró el vecino, y además se hace trajes a medida, camisas con la iniciales en la pechera, gemelos con piedrecitas y tiene masajista particular; los niños dos móviles cada uno, una profe particular para lo del cole, hacen equitación, tienen entrenador particular de tenis, dos sirvientas para cada uno, se cambian de ropa de marca tres veces al día y hacen relaciones sociales; puede ser que éstos acaben mal cuando lleguen las vacas flacas y los pillen sin ahorros. Pero fuera de esa familia hay empleados de zapaterías, fabricantes de zapatos, de bolsos y complementos que venden y viven. También viven los trabajadores de las fábricas de coches, de los concesionarios, de las compañías de seguros, de las fábricas textiles, los criadores y cuidadores de caballos, los clubes sociales, las discotecas, los peluqueros, los estilistas, los masajistas y los asesores. Todos estos se van a la calle cuando los consumistas se vuelvan por obligación prudentes o concluyan de propia voluntad en tener una economía sostenible. Un Estado con sus gentes puede adoptar los criterios de la economía sostenible, y seguramente sería bueno a nivel ético y moral, pero al mismo tiempo se tendrá que conseguir que todos asuman tener menos dinero, y si se pretende que los ingresos se reduzcan proporcionalmente de forma justa y equilibrada entre todos, se tendrá que redistribuir el empleo con menos horas por personas. Y claro, también abandonar para siempre la teoría del crecimiento, puesto que no hay crecimiento sin consumismo. Salvo, que el crecimiento económico vaya parejo con el crecimiento de la población, pero en este caso no habrá crecimiento en la distribución, sino que más riqueza será repartida entre más personas tocando lo mismo a cada uno. El crecimiento es directamente proporcional a la capacidad de consumo. Es verdad que un Estado puede crecer sin que su población consuma más, pero para eso tienen que haber otros Estados que compren y consuman el exceso de producción del Estado comedido, y así el Estado consumista concentrará el desempleo, y dejará de consumir cuando sus ciudadanos ya no compren o no se les venda porque no pueden pagar. Con ello podemos crecer a costas de ir generando bolsas de miseria en los vecinos y dejar de crecer cuando todos los otros sean pobres. Pero habrá que optar, al menos hasta que aprendamos a soplar y sorber a la misma vez.
Barcelona a 20 de junio del 2012.- RRCH
Creo que la finalidad del gobierno es distribuir los ingresos para dar buenos servicios a todo el mundo. No mucho a pocos y poco a muchos...Si los ricos no pueden tener tantas cosas y ponen al paro a muchas personas. Los autonomos y las empresas,pueden dar trabajo a estas persnas y queda todo mas repartido.
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