miércoles, 10 de abril de 2013

JOSE LUIS SAMPEDRO

         La corrupción política y social que ahora está aflorando en España y también en otros países del llamado mundo occidental, no se ha producido ahora, se estás descubriendo, pero es vieja.
         Cuando se producía ocho o diez años atrás también la veíamos, y en todo caso pudimos haberla visto. Si no lo hicimos no fue por falta de perspicacia, sino de voluntad. Paulatinamente en esos años fuimos relajando nuestros valores y principios, cada vez nos exigíamos menos siendo menos severos frente a los demás y frente a nosotros mismos. Esto nos pasó a todos, sin excepción, la diferencia solo estuvo en la proporción, unos más y otro menos, pero siempre con un mínimo común denominador de tolerancia frente a lo inaceptable.
         La fama o buen nombre de una persona la generan los demás que le circundan. Lo que en tiempos pasados era reprobable, vergonzoso y por tanto merecedor de ser ocultado, comenzó a considerarse normal, y lo que se consideró normal comenzó a ser deseado, y lo deseado exhibido tanto si se había conseguido o  simplemente pudiéndose aparentar que se tenía. Con ello confundimos el valor de ser con el valor de tener. El valor de los que éramos con el valor de lo que mostrábamos tener.  Y no fue necesario que el poseedor fuera propietario de la cosa exhibida, bastaba con que la poseyera aunque la debiera o fuera de otro. La apariencia en tener colmaba la satisfacción de aparentar. Esa satisfacción era real, no aparente, y además otorgaba buenos resultados, puesto que los demás valoraban a su prójimo por lo que aparentaba y en base a ello le brindaban crédito. Y no solo créditos dinerarios que también, sino crédito como persona de confianza, como profesional, como vecino, como futuro cónyuge, como socio, como persona de bien. La confianza en la apariencia materializada en la posesión de cosas de cierto valor económico, evitaba el esfuerzo y el empleo del tiempo necesario que requiere una valoración sobre otros valores como el honor, la lealtad, la prudencia, la honestidad, el respeto, la coherencia y el sentido común, entre otros muchos valores en desuso.
         La cosa se rompe del todo cuando resultó que el valor de las cosas bajó de precio y el de las deudas se mantuvo e incrementó con intereses. La confusión entre valor y precio nos ha roto. La cosas tienen valor traducible en dinero en el momento de ser vendidas, las deudas tiene el precio y los intereses que se les adjudicó cuando fueron asumidas, los valores humanos pueden también tenerlo, pero la fluctuación de esto último obedece a otros vaivenes fuera de los mercados económicos conocidos y padecidos.
Seguramente es tiempo de volver a poner en circulación los valores humanos y los principios que en su día dejamos allí por ineficaces. Tuvimos un tiempo en que lo eficaz y lo eficiente fue la brújula que nos indicaba el camino a seguir, y resultó que hasta los conceptos se corrompieron, lo eficaz dejó de serlo y lo eficiente también, o siguieron siendo eficaces y eficientes para otros cometidos y otras finalidades distintas a las inicialmente perseguidas. El pasado fin de semana falleció Don José Luis Sampedro, persona resistente como las haya, que aguantó el tipo nada menos que 96 años. Él entre otras muchas cosas decía que la disciplina económica que hemos estado bendiciendo desde hacer algunas décadas era eficaz y eficiente para hacer más rico a los ricos en lugar de intentar hacer menos pobres a los pobres, casi al mismo tiempo,  como ironía providencial, murió Doña Margaret Teacher que siempre hizo lo contrario: más rico a los ricos y más pobres a los pobres. La cuestión ahora está en saber si habrán suficientes pobres para soportan pacíficamente a tan pocos ricos. Sucede que el pobre que tiene algo, trata de conservar ese algo ajustando al máximo sus ilusiones, cuando deja de tenerlo nada pierde si estalla. Y es posible que tengamos que ir previendo tal evento.
        
Barcelona a 10 de Abril del 2013.- RRCH

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