Ya hace un tiempo que se
viene hablando de eso que llaman, inteligencia emocional. Ahora los psicólogos
y los psiquiatras entran en su valoración. Al parecer la cosa explicada de
forma simple es algo así como la capacidad que tenemos los humanos en decir,
acertando, que “si” y en decir, acertando, que “no”. El que más acierta cuando
dice que sí o cuando dice que no, tiene más inteligencia emocional. No vale
acertar de chiripa o por casualidad. Al
parecer la cuestión están en valorar adecuadamente las causas, las
circunstancias y las previsibles consecuencia de un sí o de un no en relación a
la propuesta que se ha de aceptar o se ha de rechazar. No es fácil. Fácil es la
otra, la inteligencia memorística que hasta ahora se sigue utilizando como
única vara de medir la capacidad intelectual de los humanos. El que tiene
memoria lo tiene facilísimo y el que no se fastidia. La memoria que se cultiva en la enseñanza
reglada actualmente, es como instalar
una grabadora en el cerebro. Al
alumno se le da un discurso explicado y si se lo graba en la mollera y al poco
tiempo es capaz de vomitarlo entero, saca sobresaliente. Generalmente después
de la expulsión no le suele quedar mucha sustancia dentro, pero la finalidad no
es alimentarse sino sacar una nota alta que será la que determine el grado que
posee de inteligencia. El premio en este caso no le queda en su interior, pero
lo puede colgar en la pared. Si a los 4 o 5 años (o a las 2 semanas) se le
pregunta por lo mismo, no tendrá ni idea ni tampoco le importará porque ya pasó
el examen, que para eso y para nada más, memorizó.
La inteligencia emocional
deduzco, es aquella aptitud o actitud, que ante el discurrir de la vida impide por un
lado meterse uno en berenjenales que no valen un pito, y por otro ayuda a
lograr una estancia razonable en este mundo, tener buena consideración de sus
congéneres y que ello resiste el paso del tiempo. Aquel que consigue tener todo
lo que quiere tener, mucho más allá de lo que necesita, y luego para conseguir
sensaciones excitantes se ayuda con alucinógenos u otra yerbas que lo llevan a
la miseria y la degradación, no son muy inteligentes emocionalmente aunque tengan
una memoria de elefante. Estos eran los que antes, de forma poco elegante, se
les catalogaba como gilipollas, tontos del culo, zampaboya o descerebrados. Lo
mismo sucede con estos cerebritos que aprueban las oposiciones cantando temas de
carrerilla sin olvidar comas ni acentos, y luego dicen y hacen cada tonterías
que a uno lo dejan helado. Y es verdad.
Sería estupendo, por ejemplo, que la inteligencia emocional puntuara para los
cargos institucionales, de forma que no se pudiera ser legislador, ni
presidente de un país, ni senador, ni diputado, ni juez, ni notario, ni
abogado, ni arquitecto, ni ninguna de esas profesiones que ejercidas de formas
incompetentes pueden arruinarle la vida al prójimo, si antes no se superara un
test de inteligencia emocional, corrigiendo el sentido común. Lo de la
inteligencia memorística está tan sobrevalorada que después de Google hasta
parece poco necesaria. Si uno quiere saber lo que sea, pone el ratón en el
sitio adecuado y se lo cuentan con detalle, el problema está en saber qué se
quiere saber y para qué; y lo que es peor, qué se le ocurre hacer con lo que
acaba de saber. Bueno, un poco necesaria sí que es, no se nos vaya a olvidar
los conceptos, ni la identificación de las personas que merecen ser olvidadas,
ni las que merecen ser queridas. Y que no se nos olvide perdonar a los despreciables,
recordando los motivos de la conceptualización que de ellos, ellos se ganaron.
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