Nosotros los humanos
progresamos constantemente en los logros técnicos y materiales. Cada vez conseguimos
hacer mejor las cosas, los coches, los aviones, los trenes, los barcos… Si nos
fallan buscamos a uno de nuestros congéneres que haya tenido algo que ver sobre
el funcionamiento de la cosa fallida para exigirle responsabilidades y para que
escarmiente. Nos exigimos eficiencia y suficiencia en la generación de las cosas
con las que nos rodeamos, de las cosas que nos servimos. Nos exigimos los unos
a los otros ser racionales, lógicos, justos, equilibrados, elegantes y amables.
Pero no somos capaces de comprender los desequilibrios emocionales; esto es,
creo, una contradicción vital humanamente insuperable. Cualquier pensamiento
humano sano nos proyecta contra nuestro prójimo: nuestros hijos, nuestros
padres, nuestros hermanos, nuestros
amigos, nuestros conocidos, y hasta nuestros enemigos, contrincantes y
adversarios. Somos sociales, dependemos de los demás tanto para que nos quieran
como para que nos ignoren, pero somos con los otros, somos con los nuestros.
Parece ser que el copiloto de avión que cayó en los Alpes franceses con ciento
cincuenta seres humanos dentro, dirigió conscientemente el aparato a la
destrucción total. Según dicen estaba bien formado en escuela idónea para la
profesión que desarrollaba, era un ser humano apto, y en un instante algo se le
rompió dentro de sí y los mecanismos de control emocional le abandonaron junto
con los principios racionales básicos, y dejó de ser un semejante
convirtiéndose en un solo absoluto. Cómo entenderlo. Cómo compadecerle por su
desgracia y la propagada. A quién responsabilizamos. Cómo resignarnos a nuestra
debilidad. Pero hemos de seguir confiando los unos de los otros; no hay otra
opción.
Barcelona a 26 de marzo del
2015. RRCH
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