Es razonable entender que todos los
partidos políticos constituyen el sostén fundamental e insustituible de los
candidatos que destinan a las instituciones. Tales candidatos desarrollan su
labor hacia afuera de su formación cuando intenta conquistar el voto del
ciudadano, y cuando lo consigue su función institucional también está fuera del
partido. Si conforman un grupo parlamentario con mayoría o sin ella, no se
puede pretender que además se dediquen a controlar el funcionamiento interno de
los suyos, ni tampoco el de sus compañeros de faena. Para ello sería deseable
que existiera en cada partido político un estructura de control de los asuntos
internos, una suerte de defensor del votante, que con facultades de fiscalización
autónoma y ejecutiva controlara tanto el buen hacer interno de su organización,
como el externo de sus candidatos electos cuando ocupan una plaza en las
instituciones públicas. Sería buena cosas que los votantes, simpatizantes,
empleados y funcionarios tuvieran un cause seguro de denuncia de todo aquello
que le huela a podrido, y que todas y cada una de tales denuncias sean
investigadas con objetividad, celeridad y transparencia; y naturalmente que se
hicieran públicas. Hoy por hoy ninguna formación política, ni las nuevas ni las
antiguas han planteado tal medida. Tenemos una institución con un nombre precioso
que incluso se puso en la Constitución: el Defensor del Pueblo; pero este
organismo no defiende nada, solo hace informes sin ninguna potestad ejecutiva;
informes que nadie escucha y si lo oyen
no le hacen caso porque pueden no hacerle caso. Por tanto el Defensor del
Pueblo ya es una institución amortizada que bien podría suprimirse, para tiempo
después salvarle el nombre y utilizarlo en algo con contenido que haga honor al
título. Con una estructura independiente y bien dotada dentro de las
formaciones políticas podíamos haber sabido, por ejemplo si el Sr. Monedero de
Podemos realmente realizó un estudio solvente y aprovechable para el gobierno
de Venezuela; saber en qué consistió, qué valor tuvo; saber si el trabajo se
hizo como persona física y después se creó una sociedad mercantil para hacerle
heredar facturas en una especie de tentativa de ingeniería financiera al estilo
de la casta; tentativa desbaratada cuando la prensa la descubrió, no antes. Con
una estructura de asuntos internos dentro del PP, el Sr. Rajoy hubiera podido
conocer en tiempo útil la podredumbre de su organización, y hubiera tenido
imposible ampararse en la ignorancia fruto de su distracción. Con uno mecanismos
similares dentro del PSOE el Sr. Chaves y el Sr. Griñan hubieran conocido el
mangoneo de los EREs previamente a que se convirtiera en lo que fue. Sin tales
estructuras de control resulta que cuando unos periodistas lo descubren, se
sienten todos traicionados, y es lógico que así se consideren, puesto que
desgraciadamente prefieren pasar por bobos antes que por cómplices o encubridores de la traición al
ciudadano. Ahora bien, eso difícil
cuando no imposible que el bobo salve su honor siendo presidente del gobierno,
senador, parlamentario, presidente de una comunidad autónoma, embajador en la
India o ideólogo de los que Pudieron. Cuando se obliga al ciudadano a elegir al
menos malo generan un desánimo que no propicia precisamente la regeneración
democrática, si acaso el ir tirando.
Ayer el Sr. Sánchez le dijo al Sr. Rajoy que
no era un político honrado, el otro le contestó que era un miserable y alguna
cosilla más, los de Sánchez contentos por el dedo que el suyo metió en el ojo
del otro, y los de Rajoy contentos por la actuación de su líder esquivando puyazos.
Los espectadores vieron una pelea de dos gallos que intentaban distraerles con
el vuelo de algunas plumas, aunque
ninguno de los dos propuso medidas concretas y entendibles para que lo que ya
ha sido no vuelva a suceder.
Al fin y al cabo entre lo mediocre, que cada
cual elija al menos malo; es lo que hay.
Barcelona
a 15 de diciembre el 2015. RRCH.
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