La corrupción en las esferas políticas
se concreta en la consecución de ventajas personales, mediante mordidas,
comisiones, coimas o favores que, aquellos que las brindan,
se compensan con creces a cargo del erario, del dinero de todos. Los corruptos y los corruptores se
valen de similares mecanismos que los estafadores: representan una ficción para
engañar, al que acaban desplumado. El engañado, por el hecho de serlo, confunde la puesta en escena con la realidad. Aun así,
la corrupción no es en sí misma una estafa, ésta se comete antes: engañando a los
ciudadanos para que les voten y así entrar en el círculo de los corruptibles, y en él, unos se corrompen
y otro no. El descrédito de los políticos no es únicamente el
resultado de la corrupción, que también, sino el de la estafa, que es un
concepto más amplio. La estafa se apoya en el atractivo, de lo deseado por
parte de la víctima, que persigue lo rápido, fácil, barato, bueno y bonito; y
demasiados políticos caen en hacer tales ofrecimientos. Cierto que algunos lo
hacen como medio para un buen fin, como una suerte de estafa por imprudencia,
no obstante, también así se ganan el descrédito.
Yendo al grano, puede entenderse que
Pablo Iglesias haciendo esfuerzos por desactivar el independentismo en
Catalunya, caiga en la bobada de prometer, diciendo que si él llegara a ser
Presidente del Gobierno de España, haría un referendo de autodeterminación (independencia
si o independencia no) en el plazo de un año. En todo caso sería una estafilla frustrada por tentativa
inidónea, si lo hace con la íntima convicción que no va a ser presidente de
España. Pero en todo caso asumiendo una buena carga de futuro descrédito: malo
es mentir y malo también no tener ni idea de lo que se dice. Para cumplir lo
prometido el hombre tendría que conseguir dos tercios de los escaños del
Congreso y otros dos tercios de los del Senado; proponer la reforma
constitucional, que se la aprueben por dos tercios en un sitio y en el otro;
disolver las cámaras, convocar elecciones generarles; ganarlas de nuevo por dos
tercios, que los nuevos diputados y senadores por mayoría de dos tercios le
confirmen la reforma; convocar un referéndum en toda España y que la
Constitución nueva sea aprobada por la mayoría, y luego convocar el referendo
en Catalunya con arreglo a la Constitución nueva. Y además que los catalanes
digan que no, puesto que eso también lo pretende el Sr. Iglesias. Para llegar a
ello, convenciendo a tanta gente -que al parecer hoy no lo está-, le sería más
fácil conquistar a tres cuarto de millón de los catalanes independentistas para
que dejen de serlo o vuelvan a ser españoles como lo eran hace unos pocos años.
Si esto último no le sale, serán menos
los que se sientan frustrados. Decir lo que a cada uno le salga de la
entrepierna, no parece la mejor manera de restablecer la credibilidad en la
clase política.
Barcelona
a 10 de Diciembre del 2015. RRCH
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