Cuando una cosa resulta
ser lo que uno no quiere que sea, o no
es lo que uno quiere que sea, se produce una frustración en las expectativas.
Uno espera lo que no llega o le llega lo que no quiere recibir. Esa frustración
se puede gestionar mediante la tolerancia, resignándose a asumir la
contrariedad y adoptar la actitud idónea para que la misma cosa no le frustre
de nuevo, ya sea haciendo cosas distintas para tener en lo sucesivo el
resultado perseguido, o mediante la intolerancia empeñándose en prohibir que la
realidad se exprese porque no le gusta. En todas las formas de las
comunicaciones humanas intervienen tres elementos básicos: lo que uno dice; lo
que uno quiere decir, y lo que el otro entiende que uno quiso decir. Hoy por
hoy se está pretendiendo que uno no pueda decir, lo que el otro entiende que no
puede decir. Y esto sucede desde las posiciones más enfrentadas. Si uno hace
chistes o expresa opiniones no homologadas en relación a los homosexuales, transexuales, mujeres, judíos o emigrantes,
inmediatamente salen protectores de los aludidos, que como entienden que lo que
quiso el opinador o el cómico, era ofender, generar odio y humillación, exigen que se PROHIBAN tales manifestaciones, y los destinatarios
de las prohibiciones alegan la libertad de expresión. Si otro hace chistes o
expresa opiniones no homologadas en relación a religiones, curas, monjas,
infantas, reyes o victimas del terrorismo, salen protectores de los aludidos,
que como entienden que lo que quiso el opinador
o el cómico, era ofender, generar
odio y humillación, exigen que se PROHIBAN tales manifestaciones, y los
destinatarios de las prohibiciones alegan la libertad de expresión. Los
prohibicionistas de todo los bandos, cuando instan las prohibiciones, parecería
que quieren evita la difusión de lo que pretenden prohibir, aunque consigue,
exactamente el efecto contrario salvo que persigan fiestas de entretenimiento; y así un autobús que si nadie hubiera
pretendido prohibir pocos se hubieran enterado que andaba por ahí, ahora lo ha
visto todo el mundo; unos titiriteros que eran conocidos en sus casas ahora los
conoce todo el mundo, lo mismo sucede con la vagina en procesión como virgen,
la disfrazada de virgen María, el concejal chistoso, o la concejala visitadora
de capillas en paños menores. Todo dijeron haber querido decir cosas distintas
a las que sus opositores entendieron que quería decir, y todos son personajes
que entretienen. Quizás sería oportuno editar un catálogo de lo que no se puede
decir o pensar, por aquello de la seguridad jurídica, o instaurar la censura
previa; lo que está claro es que la censura posterior no da buen resultado. Lo
difícil será ponerse de acuerdo en el plantel que integre a los legitimados
para prohibir.
Barcelona a 2 de Marzo del
2017. RCH
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