Creo
que fue el irlandés Oscar Wilde que dijo que, la ambición es el último reducto del fracaso, y tenía razón.
Aunque
sea minoría, sentí pena, verdadera pena, cuando supe que el Sr. Blesa se había matado
de un tiro en el pecho. Y no es pena solo por el Sr. Blesa, persona a la que
nunca conocí más allá de todo lo que sobre él se ha publicado, sino por la
cantidad de otros que le admiraba o le envidiaba, que a veces es la misma cosa.
Demasiadas gentes, en la parte del mundo que nos ha tocado vivir, invierten
todo el tiempo de su existencia en acumular cosas para con su exhibición
conseguir elogios y honores que ellos mismos nunca se acaban de creer.
El Sr. Blesa por lo que sé, nunca fue un
hombre pobre, pero visto el resultado, nunca dejó de ser un pobre hombre. Amigo
del Sr. Aznar, se enquistó en el amasijo de personajes que renuncian a
cualquier decoro que mínimamente sustente su autoestima, y ello con el lastimoso
propósito de aparentar que tienen lo que no son y nunca llegan a ser.
Desgraciadamente cuando estos pobres hombres
ven peligrar sus posesiones, por habérsele descubierto el método de adquisición,
advierten lo que ya sabían: que las personas que le rodeaban zalameramente
cuando eran ricos, ya no le recuerdan, y la soledad sin cosas, para ellos es la
nada.
Barcelona
a 21 de julio 2017.
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