Cuando esto pasa, y está
pasando en Cataluña, la política deja de ser instrumento para corregir los
problemas verdaderos y se convierte en pura fe en el más allá. La enajenación
sobre el más allá, tiene ventajas incontestables: permite gozar de una ilusión
sin la pretensión de verlas realizadas. Del más allá nadie ha vuelto para
negarlas. El separatismo y el anti separatismo se esta convirtiendo en eso, una
suerte de sustancia alucinógena que permite a los unos y a sus contrarios vivir
fuera de la realidad. La realidad le es ajena. Cada uno se atrinchera en el
relato de la negación del otro. El esfuerzo se concentra en disfrazar la
inutilidad propia enfrentándola a la exclusiva y excluyente maldad de su
adversario. La nada. Los separatistas y los anti separatistas se han
emborrachado de nada; una nada materializada en banderas. Que lo que han dicho los separatistas antes
de declarar, insinuar o simbolizar la independencia era una sarta de mentiras
ya no lo niegan ni ellos mismos, pero como toda religión sus postulados para ellos
son otra cosa. Las mentiras corresponden a la discordancia entre la
representación mental y la realidad, pero la representación mental de los
separatistas trasciende a lo verdadero y va al más allá. La simbología alimenta
sentimientos y mientras no falten los de la barriga, la digestión emocional está
garantizada. Por tanto, enfrentar sus discursos con la realidad es una pérdida
de tiempo. Y los antiseparatistas han entrado en el juego de perder el tiempo,
intentando incrementar el unionismo al margen también de la realidad. Todo comen
patria y engordan. La corrección de esta triste realidad solo pasa por la
reforma de la Constitución, pero a nadie le importa la Constitución porque
están en el propósito de la trascendencia. Patriotismo como religión agnóstica.
Y a seguir en procesión con banderitas y cánticos…
Barcelona a 19 de diciembre 2017.
RRCh.
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