viernes, 23 de febrero de 2018

Libertad de expresión


Es indudable que la libertad de expresión es un derecho fundamental de cualquier sociedad que se pretenda democrática. La cuestión está en determinar si tal derecho fundamental ha de estar por encima de otros derechos también fundamentales o de todos los demás derechos. Podría defenderse que sí, puesto que las expresiones de cualquier naturaleza, al amparo de cualquier intencionalidad y dirigida al logro de cualquier fin, por si misma no producen lesiones físicas, no atentan contra la vida, ni quebranta la libertad sexual, ni obstaculizan la libre de deambulación de las personas. La palabra expresada por cualquier medio por si sola no daña. Ahora bien, deberíamos admitir que posiblemente la palabra se inventó para comunicar intensiones y hechos; para incidir en las convicciones del receptor; para instigar acciones en los otros; para convencerles con certezas o engaños, verdades o mentiras; para producir miedo, para sugestionar, para cohibir al otro, para animarle, para humillarle, para desprestigiarle o para encumbrarle, entre otras cosas. Y así, parecería necesario que la libertad de expresión debe tener límites. Pongamos dónde pongamos esos límites implicará necesariamente una censura, una prohibición a expresar según qué, y tal cometido siempre y en todo caso será discutible. Y el problema en que nos encontramos es que nos resulta fácil concebir los límites que se le han de poner a aquellos que expresan lo que nos repugna, sin aceptar que posiblemente al que expresa esas manifestaciones a él no le repugnan, sino que las considera certeras, aconsejables e imprescindible. La persona que recita públicamente un texto, que por ejemplo dice: ”Bauzá debería morir en una cámara de gas, pero va?. Eso es poco, su casa, su farmacia, le prenderemos fuego", "Miguel Ángel Blanco, Carrero Blanco (suenan disparos), bah, ya no, ahora toca a Juan Carlos”, "Después mutilaré a la De Cospedal, con la rabia del pueblo Vasco a los GAL"; posiblemente lo hace movido por sentimientos de frustración y rabia, y no estaba en su intención ejecutar lo que promete, ni es capaz de hacerlo, ni valoró previamente las consecuencias de su acto, ni tampoco pretendió incitar a que otros ejercieran la violencia contra las persona que él señala, posiblemente las señaló a título de ejemplo sobre lo que para él es una injusticia generalizada que debe ser combatida. Probablemente también, si no le hubieran condenado judicialmente por ello, sus expresiones no hubieran tenido tanta trascendencia, en tanto que los periodistas no hubieran hecho uso de la libertad de expresión propagando las consecuencias penales de la sentencia. Si, cabría la opción de entender sus letras como una forma de provocar reflexiones o como una crítica social más o menos desenfocada, o que ciertas personas por dedicarse a una actividad –a la política en este caso- deben soportar ellos y su entorno familiar y laboral cosas que los demás no. Pero si admitimos que ello encaja en el ámbito de la libertad de expresión, debemos admitir también que otro por ejemplo diga y publique: ”Pablo Iglesias debería morir en una cámara de gas, pero va?. Eso es poco, su casa, le prenderemos fuego", "Tomás Pérez Revilla, Federico García Lorca (suenan disparos), bah, ya no, ahora toca a Juan Carlos Monedero”, "Después mutilaré a la Montero, con la rabia del pueblo Vasco a los de ETA". Parecería poco probable que el Sr. Iglesias y su entorno entendieran al abrigo de la libertad de expresión que, un mismo texto se dirigiera contra él y los suyos, y seguramente le causaría la misma repugnancia que le pudo haber causado al Sr. Bauza, la Sra. Cospedal o al Rey Juan Carlos. Y ésta no es la cuestión por obvia; la cuestión está en la repugnancia, el rechazo, y la ofensa, que a todos nos debe causar, independientemente a quién se ponga en la diana. Mientras no seamos capaces de calibrar los hechos desvinculados de quienes los generan y hacia quienes se dirijan, no podremos valorar con sentido común cuáles son los límites de la libertad de expresión, porque seguramente han de haber límites, y si no debe haberlos, deberemos aceptar que la palabra se convierta en el arma más peligrosa; dado que atributos tiene.

 Y otra cosa será, qué castigo merece aquél que instrumentaliza la libertad de expresión para lo que no fue concebida.   

Barcelona a 23 de febrero del 2018. RRCH

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