domingo, 13 de febrero de 2011

Enajenados o exceso de información no atendida

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  •          Desde la perspectiva económico-jurídica, enajenar una cosa significa que esa cosa pase del que era su propietario o su poseedor, a otro que la posea o sea su nuevo propietario. Alienar más o menos significa lo mismo si nos estamos refiriendo a cosas. Cuando una persona se enajena o se aliena, quiere decir que no es capaz de gobernarse a sí mismo, que tiene unas ineptitudes psíquica que le impide ser dueño de sus propios actos. Incluso en el ámbito del derecho penal se le perdona; no se le castiga por entender que no conocía la significación perjudicial de su conducta,  con lo que el castigo resultaría inútil si sigue enajenado, e ineficaz si cuando se le pretende castigar ya recuperó la cordura. Desde la perspectiva sociológica la persona que está enajenada o alienada significa otra cosa, aunque parecida: es aquella persona que busca que sean los demás los que le den las respuestas; que sean los otros los que piensen las soluciones para sus problemas,  e incluso que los demás le digan qué problemas tiene y cuál es su tratamiento. Son los que derivan la gestión de sus vidas al prójimo. ¿Dime qué me pasa?,  y cuando lo descubras, ¿dime cuál es la solución?; estoy esperando ansiosamente, ¡date prisa!. Los avances tecnológicos actuales en lo que a la circulación de las comunicaciones y de la información se refiere, es un asidero extraordinario para las muchas personas que esperan panza arriba que le analicen la vida, les aparten los problemas, les den la solución y le suministren el antídoto mientras esperan sin hacer nada. Cada vez más no encontramos con personas que están más atentos a los pitidos y vibraciones de su teléfono móvil que de las miradas, palabras o gestos de las pesonas que tienen al lado. El entorno inmediato les agobia y para zafarse de sus responsabilidades para con el cercano, las diluyen en la red  para que sea otro, al cual ni conocen ni tienen interés en conocer, el que reciba sus vómitos mentales y les otorgue, si acaso, la solución. El recibidor desconocido, puede estar precisamente en la misma encrucijada; y el hecho de  recibir los detrictus del otro que no conoce, le sirve para enajenar (dar al ajeno) sus propias responsabilidades. Las soluciones que éste transmite generalmente son las que él se daría a sí mismo si se hubiera empeñado en analizar su propia existencia, pero no lo hace, el análisis propio se lo pide a otro también desconocido que previamente enajenó la labor de atender sus propias miserias. Finalmente: uno atiende con rigor los problemas ajenos, se empeña en aconsejar soluciones y trasmite las propias al otro que se lo toma con igual objetividad. Objetivar significa valorar lo que llega excluyendo el receptor su propia emocionalidad al hacer el análisis, en cierta medida se cosifica al otro, se le trata como una cosa a observar; como una cosa ajena; como una cosa entretenida. Las personas que componen el entorno directo de uno, nunca son objetivos, son emocionales. Nos quieren; les importamos; nos estiman; nos conocen en lo que decimos; porqué lo decimos, e incluso nos conocen hasta en lo que no decimos.  Y por ello, precisamente por ello, nos exigen, nos piden que nos exijamos, y nos agobiamos. Nos agobia que nos conozcan, que no nos dejen hacer todas las trampas que nos hacemos, nos agobia que pongan cara de incrédulos ante una excusa bien elaborada. El escape está al alcance, acudimos a las redes sociales donde siempre encontramos aliados. Sabemos que a esos aliados no les importamos un pimiento, pero no nos exigen; no nos agobian. O, nos aficionamos a los reality  que es más o menos lo mismo pero con más morbo; en ellos personas escuálidas conocidas de la tele desnudan sus intimidades, se las inventan o las exageran, pero como tales personas tampoco nos importan, nos entretienen y nos hacen el favor de distraernos en no hacernos cargo de nosotros mismos. El teléfono móvil e internet, son actualmente importantes drogas reductoras de la conciencia. La heroína, hasta hace poco hacía ese efecto. El heroinómano cuando se suministraba la sustancia podría sustraerse de su propio yo, podía evadirse de sí mismo, volar y volar…  Cuando el efecto desaparecía y volvía a sí mismo, menos se gustaba y más necesitaba otra dosis; y eso componía la adicción.  Internet, y el teléfono móvil como instrumentos para navegar de aquellos que no tienen rumbo (que ya no lo tenían), está teniendo un efecto similar en los que desean enajenarse: darse al ajeno desentendiéndose de sus propias circunstancias.  La búsqueda del camino corto como objetivo deja sin sentido el caminar.
  • Ruben Romero de Chiarla;  Barcelona a 13 de febrero del 2011.-

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