lunes, 7 de febrero de 2011

PROSTITUCIÓN Y DROGAS, libertad y dignidad.

Coincidencias y contradicciones.

Parece claro que en la actualidad está comúnmente aceptado que el consumo de tabaco perjudica a la salud individual y pública. Al concepto salud se le despoja de cualquier beneficio que el fumador pueda encontrar en su hábito;  el placer, o el bienestar emocional o psicológico que pueda reportarle, en ningún caso se estima parte de su salud. El concepto salud del individuo que fuma, se construye desde fuera, en tanto que él, al estar afectado de tabaquismo, el placer que cree recibir en compensación al daño que se auto-infringe no es otra cosa que el reflejo generado por la ingesta de una sustancia dañina. En ningún caso fumar puede ser un acto de libertad, puesto que la adicción a la sustancia tóxica mediatiza su voluntad: si no controla su voluntad no puede ser libre. Y así, el concepto libertad se construye desde fuera, al margen de la consideración individual que pueda tener el que tiene derecho a ser o sentirse libre. Ante ello el resto de la sociedad no fumadora le prohíbe hacerlo en público, defendiéndole ante la evidencia de que el fumador es incapaz de hacerlo por sí mismo por la obvia disminución  de sus capacidades cognitivas y volitivas. Dicho prohibicionismo también ataca en otro frente: impedir que los no fumadores tengan que recibir involuntariamente humos de los tabacos que ellos no queman (se tolera la ingesta de humo de coches porque aún no se considera un vicio el hacer uso de ellos) . No obstante, el Estado mantiene la comercialización estanca del tabaco marcando los precios de venta con una importante carga impositiva, y el consumo se produce en reductos privados o al aire libre. De momento.
El tabaco, que es comercializado después de pasar  protocolos, controles y permisos para su producción, distribución y venta -cualquiera no puede instalar sin más una fábrica de tabaco y vender sus cajetillas-, produce enfermedades tales como el cáncer de pulmón, infartos y afecciones respiratorias entre otras muchas claramente señaladas. Ello vendría a indicar que por más que se intente minorar sus efectos perniciosos, es una sustancia per se perjudicial para la salud y consecuentemente merece ser prohibida.
Lo que tradicionalmente se ha denominado drogas tóxicas, estupefacientes o psicotrópicos que causan grave daño a la salud, tienen un tratamiento muy distinto al que se le da a la producción, comercialización y consumo del tabaco. Tales sustancias, como la cocaína, las drogas de diseño, y la heroína entre otras muchas, sencillamente están prohibidas en su producción, distribución y venta. No obstante se permite su consumo, o al menos adquirirlas para consumo propio no está castigado. El consumidor para proveerse de ellas ha de acudir a un delincuente; su producción no debe superar ningún protocolo, ningún  control sanitario, y tampoco paga impuestos. El productor; el distribuidor y el vendedor al menudeo, solo tienen que sortear los controles policiales. La droga que llega al consumidor es precisamente la que logró burlar la acción represora del Estado; la que no fue decomisada y destruida, y encarcelados sus porteadores. Al consumidor llega el producto final de un largo procesamiento  clandestino. El precio, es el propio de un bien escaso; cuánto más cantidad se suprima del mercado mediante la labor policial, menos cantidad disponible para  la venta,  y su precio sube. Cuanta más personas se encarcelan por su dedicación a la producción, distribución o venta, más se encarece la mano de obra: cuanto más riesgo mayor salario y asalariados más aguerridos.  Al menos a nivel popular no se conoce que produzcan otros males que  las muertes por sobredosis y la conversión de los consumidores-adictos en criminales que para pagarse el suministro roban o se dedican a traficar. Sin duda, los males son inmensos, pero no se divulga que produzcan enfermedades físicas concretas como las que genera el consumo del tabaco. Generalmente las personas con suficiente capacidad económica consumidoras de cocaína lejos de convertirse en delincuente, en muchas ocasiones destacan y hasta reciben aplausos con cierto reconocimiento público: se ha de recordar a Sigmund Freud entre otros muchos.  Eso sí, han de cuidar que los proveedores no les den gato por liebre y les varíen el porcentaje de sustancia activa en relación a la de corte provocándoles una sobredosis que les mate. Los que pueden pagar  el precio tienen mucho ganado: no tienen que delinquir.
Si a éstas sustancias se le diera el mismo tratamiento que al tabaco, seguramente desaparecería gran parte de los males que a la salud generan al tiempo que se podría ir reduciendo la población carcelaria y el volumen de dinero efectivo en manos de los que no ingresan casi nunca en prisión por la capacidad disuasoria de sus fortunas.
Parece claro que en la actualidad está comúnmente aceptado que la prostitución atenta contra la dignidad humana.  La persona –hombre o mujer- que alquila su potencial y disponibilidad sexual en beneficio del placer de otro está comercializando parte de su dignidad. El concepto dignidad se construye desde fuera de la persona que pone a disposición de otra sus favores sexuales por un precio. La persona que se prostituye no  puede hacerlo como acto voluntario y libre, al estar mediatizada por la necesidad económica que le empuja y el hecho de no haber encontrado mejor alternativa. Y así el concepto libertad se construye desde fuera, al margen de la consideración individual que pueda tener el que tiene derecho a ser o sentirse libre. A la persona -mujer joven generalmente-, que se dedica a estos menesteres, no se le tolera que use su genitalidad en tal actividad lucrativa. La falta de tolerancia del entorno, le lleva a esconder o disimular el ejercicio de su oficio eventual o fijo. Ha de situarse en la clandestinidad o en la semiclandestinidad para merecer un mínimo de consideración personal. Si se hace pública su dedicación, recibirá tres reacciones distintas por parte de sus congéneres: la de los que la intenten ayudar para sacarla del ambiente; la de los que la conviertan en invisible; y la de los que se postulen como clientes. Si esta persona en lugar de centrar su esfuerzo físico en el uso de sus genitales para producir placer en otro, usara sólo las manos, podría ser una masajista muy digna. Si en lugar de usar sus manos sobre los genitales ajenos para producirle placer al otro, las usara sobre la misma zona corpórea de su prójimo para otro fin, podría ser un urólogo importante, o una ginecóloga de prestigio, y en todo caso de gran dignidad. Si esta persona que acudió al oficio impulsada por la desesperación económica y la falta de perspectivas, por idénticos motivos se hubiera dedicado a fregar escaleras de rodilla, aunque le sangrasen las manos y trabajara doce horas por un salario mínimo, nadie le imputaría haber alquilado su dignidad; y en todo caso su decisión habrá sido libre. Si un licenciado universitario no tiene más remedio que dedicarse a limpiar chiqueros, habrá hecho una opción honesta y digna; si se dedica a la prostitución no. A ninguna persona que se dedique a la prostitución se le admite la posibilidad de que le guste lo que hace y disfrute con ello; los que se dedican a otra actividad por más penosa que sea y aunque le destroce el cuerpo,  se le supone que lo hacen con alegría. A los que se dedican a la prostitución, aunque no lo pidan, se les protege el cuerpo del disfrute ajeno; a los que se dedican a otra cosa no, porque son libres de hacerlo. Los que tienen dedicaciones penosas y mal remuneradas sin comprometer su sexualidad se les protege con la seguridad social, los subsidios de desempleo y la jubilación. Todo ello se le niega a los que emplean su sexualidad para subsistir, y han de procurarse protección a alto precio incluso frente a las fuerzas y  cuerpos de seguridad del Estado. Si las personas que se dedican a la prostitución hicieran exactamente lo mismo disponiendo exactamente el mismo tiempo en dicha labor pero no cobraran por cada acto: no se estarían dedicando a la prostitución; sino desarrollando libremente el ejercicio de su sexualidad aunque recibieran prebendas por sus artes amatorias.
Barcelona a 4 de febrero del 2011.
 Ruben Romero de Chiarla.-

2 comentarios:

  1. Seria una solución legalizar las drogas y la prostitución.

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    1. SI, si se hiciera con la voluntad y el empeño de servir. Si se hiciera para que fracase, fracasaría. Legalizar ambas cuestiones, a mi juicio no implica promocionarlas. Creo que se debería legalizar y parelelamente informar de sus efectos perniciosos. Aunque lo más pernicioso es precisamente su prohibición. Cuanod se prohibe una acción que genera placer a unos y dinero a otros, estos últimos crean los medios para la comercializacion mediante la criminalidad, y esto es lo que más daño hace a los que se prostituyen y a los que se drogan. Gracias por tu tiempo, eres me mejor lectora.

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