Los
emigrantes y los refugiados son muy diferentes, y por ello fácil de distinguirles.
El emigrante llega sin nada que ofrecer porque nada tenía para traer. El
refugiado llega con algo que ofrecer y con algo más que traer del sitio que
dejó. El emigrante a los largo de su existencia nada pudo acumular, ni siquiera
una educación que le permita competir fuera de su terruño, y se va buscando la
esperanza perdida para dejar de ser un nadie. El refugiado logró integrarse en
su tierra, ser alguien, y en un momento crítico se siente empujado a salir, por
balas o por amenazas. El emigrante es un perpetuo ninguneado que quiere empezar
a dejar de ser invisible; el refugiado es un asustado que quiere continuar
siendo el que era.
Siendo
así, parece de sentido común que el emigrante requiere mayores ayudas, al
llegar con más carencias y mayores necesidades, y por eso también –exactamente por
eso- es recibido de forma diferente al refugiado.
Nosotros
aquí para no recibir a los emigrantes hemos puesto vallas coronadas con
cuchillas y puntas; si las saltan tenemos a guardianes que les cogen como un
paquete y les depositan al otro lado, si intentan venir a nado les paramos con
tiros de goma, y si se ahogan se ahogan, nadie les llamó. En ese recibimiento no distinguimos si son
niños, si son mujeres, si son viejos, ni si son jóvenes fuertes; como son nadies no nos interesan sus historias,
ni cómo se llaman, ni qué les pasó. Si alguno se cuela les perseguimos con
expedientes administrativos de expulsión, y si se ponen con una manta para
vender baratijas tenemos policías que les corran y les quiten las cosas con las
que pueden hacer competencia desleal en el mercado. Si delinquen algunos ya
tenemos la justificación para todos; al final todos los nadies son iguales. Nunca veremos un clamor social solidario de
acogida, ningún Ayuntamiento pondrá una bandera dándoles la bienvenida, ningún
medio de comunicación detallará la biografía del guardián nuestro que en defensa
nuestra reventó a un emigrante de un pelotazo de goma. En cambio, los
refugiados son otra cosa, una oportunidad para nosotros, traen algo y algo más
nos pueden traer, y si en el camino de huida una reportera le hace una
zancadilla la crucificamos, no porque sea peor persona que nuestro guardián,
sino porque aquella interceptó maliciosamente el camino de un alguien, y nuestro guardián lo hizo con
un nadie. La diferencia es patente;
meridianamente clara. Es una cuestión de mercado. El mercado se rige por la
oferta y la demanda. Si la oferta es a buen precio y el producto da de sí, se
compra. Así vendemos nuestra sensibilidad en el mercado, y si el mercado nos la
compra nos sentimos más humanos. Los nadies
siempre se joden porque nadie les llamó, a los refugiados tampoco, pero son
alguien.
Barcelona
a 18 de septiembre del 2015. Tu viejo, RRCH
Me encantó papa, eres el mejor escritor del mundo! Te quiero!
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