Ante hechos como la muerte de éste torero,
es cuando uno echa de menos no creer en el más allá. En algo más justo que al
menos repela de forma automática a los desgraciados que ahogándose en su propia
baba y amparándose en el anonimato, festejan la muerte de un torero.
Barrio, sin dudas quería a los toros como a
los suyos, por eso se midió con tantos, tantas veces, de frente, y el último toro
le partió el corazón, le mató.
Si Barrio hubiera quedado malheridos e
incapacitado para todo, seguro que comprendería al toro, no le guardaría rencor,
porqué él eligió su oficio y la fatalidad estaba dentro del riesgo asumido,
junto con el coraje, la nobleza y el sueño de salir en andas por la puerta
grande de Las Ventas.
Barrio
murió en la Plaza como el torero que fue, y nada más que ello causará tanto dolor
a la gente que le rodeaba, a los suyos. No lo causarán los desgraciados
infectos de ignorancia y cobardía que excusándose
en una degenerada y presunta defensa de
los animales ofenden la memoria del torero. Ellos nunca morirán en la Plaza
empitonados por un toro, lo hacen día a día en su propia miseria moral, en su
insignificancia vital, aunque intenten destacar sus menesterosas existencias en
twiter. Los que han escrito tan ignominiosas frases pueden conseguir la
impunidad gracias al anonimato, pero no cuando se miren en el espejo el día que
para sus suertes les funcionen un par de neuronas.
Barcelona a 12 de julio del 2016. Ruben
Romero de Chiarla.-
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