El discurso de Doña Irene
Montero de Podemos, fue brillante, perfecto; adoptó el tono idóneo y demostró
fuerza de convicción, fue creíble. Acertada la descripción de cómo y de qué
manera se teje desde el inicio la red para la corrupción; de cómo y de qué
manera se va moviendo las piezas para hilar la trama; de cómo y de qué manera
los grandes empresarios consiguen multiplicar las inversiones que hacen en
corromper, y de cómo y de qué manera resulta imprescindible una camarilla de
políticos enquistados en las instituciones para que la corrupción tengan la
fiesta en paz. La Sra. Montero hizo cierta la moción de censura en base a un
análisis periodístico excelente, tanto, que si uno solo de los miembros del
partido Popular hubiera tenido una pizca de vergüenza hubiera roto allí mismo
su carnet de afiliado y hubiera intentado después invertir los apellidos en el
Registro Civil para pasar desapercibidos. Pero de dónde no hay no se puede
sacar, y no hay mayor ciego que el que no quiere ver. Fabulosa la Sra. Montero,
y aunque no me cae simpática he de reconocer que ayer se mostró valerosa como
parlamentaria, como persona y como mujer.
Pero luego vino, lo que
habría de venir después de la encomiable intervención de la Sra. Montero: las propuestas del candidato a sustituir al
Sr. Mariano Rajoy, y pasó lo de siempre. Don Pablo Iglesias gastó la mayor
parte del ilimitado tiempo del que dispuso para apuntalar lo que la Sra.
Montero había dicho sin necesidad de complemento. El Sr. Iglesias va
perfeccionando su porte de pequeño burgués arrogante y machito acomplejado. Ha
sido capaz de hacer pasar por bueno a Rajoy al no darle una respuesta a la
pregunta sobre qué entendía Iglesias por soberanía. Ha hecho creíble al Sr.
Albert Rivera contestándole con esa repugnante suficiencia de consejero
literario, aunque siendo tan leído erró en pronunciar el apellido de Don Jordi
Solé Tura, dijo Turá y confesó su yerro, evitando contestar lo sustancial de la
cita sobre Solé Tura: “la izquierda no
puede entrar en el juego de los nacionalistas”, a esto no halló respuesta,
puesto que él ya está dentro.
Don Jose Luis Ábalos del PSOE hizo un discurso
sereno, sin estridencias, y suficiente. El Sr. Iglesias le contestó con la
zalamería propia de un chiquillo que esconde algo que ha roto, pero nada le
dijo sobre lo que el Sr. Ábalos le pidió que aclarara en cuando a cómo concibe
el Sr. Iglesias a España, si acaso es un conjunto de nacionalidades unidas por
un ente administrativo sin territorio; unos territorios con nación y otros sin
ella, ¿qué? Y el presidenciable se quedó
en la zalamería pidiendo compresión y solidaridad mientras adulaba a un PSOE
con 138 años de historia evitando clamorosamente aquello de “éramos pocos y llegó Pedro Sánchez” . No
pudo ni quiso salir de la ambigüedad, de las generalidades bien sonantes para
todos, y de las repeticiones soporíferas que ya conocen todos los que quieren
conocer. Nada concreto; nada estructurado, lo de siempre. El Sr. Iglesias no tiene madera para ser líder
político, y menos de la izquierda. Sus aptitudes se encaminan a conseguir un
puesto fijo en una Universidad, como profesor de literatura o historia, podría
llegar a catedrático después de oler muchos culos y hacer recensiones escritas con
muchos pies de páginas para que se las adjudique con su firma el doctor que esté
al mando, mientas se hacen la pelota el uno al otro. Él se adiestró para hacerse discursos a sí mismo
y para los “intelectuales” del grupo, necesita que le arropen para mantener su
autoestima de pequeño burgués ilustrado. Rajoy está cómodo con los Iglesias y
los Rufianes, se entretienen entre ellos, y de paso los coloca como las figuras
a batir de la izquierda, para intentar mantener a la izquierda lejos del poder.
Son bufones de palacio, bien recibidos y bien pagados, a ellos les satisface
complementarse.
Barcelona a 14 de junio del
2017. RRCh
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