martes, 29 de enero de 2013

Las Cincuenta sombras de Grey, y las técnicas de anulación de la voluntad.




            La obra literaria de homónimo título, si lo es, se puede valorar  desde dos prismas. Desde el primero entender que, en las relaciones personales con implicaciones emocionales y sexuales todo es válido e incluso sano, si se producen entre adultos y éstos consienten sus prácticas. En definitiva la relación entre la tal Anastasia y el bello Cristian, no dista mucho de las relaciones habituales que las parejas que nos circundan con edades entre sesenta y ochenta años mantuvieron, por lo general, durante todas sus vidas. Se trataba, y en ciertos casos se sigue tratando, en un reparto de roles y de responsabilidades. Así la mujer realizaba las faenas propias de su género, sustancialmente abriéndose de piernas cuando el señor quería hacer uso del matrimonio, y así ella se sentía deseada disfrutando del deber cumplido, y añadiendo todos los factores sentimentales que al señor en ocasiones le hacía gracia o adornaban la placidez del reposo del guerrero. Él traía el dinero. Ella hacía todo lo que le está mandado para hacerle feliz a él, y como podía iba adivinando y gobernando los cambios de humor del señor, sin preguntar a qué obedecía tales vaivenes. No debía hacer preguntas para no implicarse en los asuntos del señor, asuntos que ella naturalmente no estaba en condiciones de entender, y menos opinar. Ella era plenamente feliz haciéndole feliz a él. Si en algún momento no acertaba en el modo y forma de propiciar tal bienestar a su hombre, éste la castigaba merecidamente y ella aceptaba el castigo por habérselo buscado, y porque tal descarga de él a ella le tranquilizaba. Gozaba, o así lo hacía ver. Ella en ocasiones se sentía indispuesta, le dolía la cabeza u otras partes, y así mostraba cierto distanciamiento o incomodidad. En tales casos él percibiendo que había que corregir la relación, le compraba una plancha, o incluso hasta le ponía una lavadora nueva o un lavaplatos. Con esto tenía crédito por un tiempo y ella con tales presentes ya asumía una bofetada si se la merecía. En el caso de Anastasia y el señor Grey, los presentes eran más caros, comenzó con un viajecito en helicóptero propiedad del señor y la presentación de su majestuosa residencia. Anastasia viendo todo este esplendor en su hombre se deshizo en deseos carnales que el bello cumplidamente satisfizo. Anastasia que al parecer tenía una diosa dentro y un subconsciente que le daba la paliza, se comunicaba de forma no verbal poniendo los ojitos en blanco al tiempo que se mordía el labio. El Sr. Grey se lo puso claro desde el primer momento, quería que ella fuera una sumisa que atendiera sin rechistar sus órdenes y aguantara que le diera una golpiza de vez en cuando; eso sí, en un escenario de ensueño, y con posteriores suministros de antiinflamatorios y ungüentos para aliviarse el ardor del trasero de la chica. Todo esto con reglas de seguridad, y cómo no, con la aceptación voluntaria de la muchacha. Podía decir la palabra rojo o amarillo y él dejaba de pegarle, ella nunca la decía por no frustrarle y ante el abismo que se le representaba si él la dejaba. Cuando la muchacha entraba en dudas el señor Grey le regalaba cosas; un teléfono móvil de esos que sirven para todo y especialmente  para atenderle a él, ante ya le había enviado un libro incunable que valía como quince mil dólares y quedan preciosos en una librería de más valor, después un ordenador de la ostia, luego un coche Audi A3 rojo, luego le pagaba los viajes en avión en primera clase, le ofreció su jet privado, le llevó a hacer vuelo sin motor planeando por los cielos del señor, y ella naturalmente con inquebrantable voluntad disfrutaba cumpliendo la misión para la cual el señor Grey la había conquistado. La chica antes no había conocido varón. El señor Grey era tan pobre que solo tenía cosas y dinero para comprarlas. La chica se convirtió en una cosa más y la historia acaba, al menos en el primer libro, con que  Anastasia en la última paliza acaba tan magullada en sus sentaderas que decide irse, Grey queda destrozado al perder una cosa animada como hasta ese momento era Anastasia.

         Se puede observar la historia desde otro prisma, claro que para ello hay que trascender la escenografía de pornografía fina contado por una fémina inocente que pone los ojos en blanco, se muerde el labio,  tiene una diosa dentro, un subconsciente hablador, y va regando los escenarios glamurosos de flujos vaginales impulsados por los orgasmos que el bello Grey le propicia. El señor Grey es un exponente, quizás algo exagerado, de muchos otros y otras que desarrollan con prolijidad técnicas muy efectivas de anulación de la voluntad en los otros. La perfecta anulación del la voluntad es aquella en que, el anulado cree que todo lo hace porque le sale de dentro. En el caso del libro en cuestión el señor Grey parece tener entre treinta y treinta y cinco años, no más. Es millonario de los de verdad, tiene de todo, presidente de una empresa que no se sabe a qué se dedica pero que dedica discursos y posiblemente limosnas a los necesitados del tercer mundo. Ama a los pobres, piensa en ellos, se duele de sus desgracias, una santo. Todas las chicas que contrata y les sirven en su mansión y en sus majestuosas oficinas son rubias y de ojos azules con cuerpos esculturales, también cuenta con une ex marine de pelo rapado y con músculos hasta en el cerebro que le sigue como su sombra y está a su disposición las veinticuatro horas del día, lo usa hasta para enviarlo  a comprar bragas para las cosas animadas de género femenino que su señor cata. El señor Grey es un espléndido ciudadano compasivo y solidario con  las obras sociales y efectúa discursos estupendos en las universidades privadas en las que le hacen la pelota para recibir donativos. No se sabe ni importa, en la novela ni en la realidad, cómo y con qué medios este tipo de personajes amasan tal fortuna. No obstante lideran masas con su atractivo; son líderes a los que hay  seguir sin cuestionarse los motivos,  para contagiarse de sus éxitos. En nuestro entorno hace menos de veinte años teníamos nuestro Cristian Grey llamado Mario Conde, luego nos vino ese mago de la economía llamado Rodrigo Rato, luego el Sr. Muñoz ilustre sucesor del Sr. Gil, luego el Duque de Palma y hasta ahora una glamurosa Emy Martín, entre otros muchos bellos y bellas. Todos personajes de gran seducción y liderazgo que conmueven a las masas que le siguen y les encumbran. Masas naturalmente que, con perfecto conocimiento de causa controlan a la perfección sus emociones y necesidades y hacen exactamente lo que quieren por ser seres libres, y soberanos de sus personales decisiones; decisiones con las que orgasmean a gusto como adultos. Y si dejan de orgasmear, se independizan …

Barcelona a 29 de enero del 2013.- RRCH

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