lunes, 7 de enero de 2013

Los Reyes Magos







Los últimos días del pasado año, mi hijo pequeño que tiene diez años recién cumplidos, no sé si por llegar a las dos cifras de cumpleaños, o porque está haciendo taekwondo y para experimentar le pegó una patada en los testículos a un compañero de clase, que según mi hijo el otro le estaba molestando y era más grande, pero la cosa es que el niño se estaba volviendo muy sabiondo. Le recordé, con cara de pocos amigos, que dentro de unos días llegarían los Reyes Magos, y le dije a renglón seguido, tu ya te lo sabes todo, no eres tonto, ¿verdad? Y él, muy rápido miró para arriba, frunció el ceño, entornó los ojos, dejó a la vista las dos paletas de dientes que le han salido, echó media sonrisa, me miró haciéndose el serio, y me dijo: claro que soy tonto papá. Soy tonto. Acto seguido, me dijo, bueno la verdad que este año algo mal hice, pero cumplí todas las penintencias, ¿tú crees que los Reyes me dejarán regalos? ¡Madre que lo parió!, saben más los gurises de ahora que los ratones colorados. Yo a su edad me hubiera hecho pegar defendiendo que no era tonto. Estando en un atardecer de un cinco de enero de hace como cuarenta y cinco años mirando la nubes con mi tía Perla, vi clarito a los tres Reyes magos, iban por las nubes con sus camellos cargados de regalos, ¡mira si lo vi!, que hasta distinguí al negro de los otros dos. Pero como no era tonto como es mi hijo, al día siguiente me entraba cierta rebeldía contra el poder regio, no sé porqué siempre le dejaban mejores regalos a los que tenía más, hasta motos de verdad observé que le dejaron a uno, y a mí el carrito de plástico o la cabeza del caballito para empotrarla en el mango de una escoba vieja. Claro que me hacía ilusión, hasta recuerdo la sensación de pisar la arena mojada yendo descalso por la mañana arrastrando con un hilo un carrito blanco con ruedas rojas que tiraba una caballito que parecía trotar; lo llevaba para que lo viera mi abuela, que vivía poco más allá; y la guitarra de madera que mi viejo le puso cuerdas de verdad pero ni dios pudo hacerla tocar bien, la rascaba pero no salía ninguna melodía; luego vi que no era por las cuerdas sino por los dedos.

Llegó la noche de reyes y el tonto de mi hijo le dejó a los Reyes Magos una tasa con leche y unas magdalenas, para que repusieran fuerzas, al otro día se encontró el regalo. Mi hija de catorce, que ya no se hace la tonta estuvo toda la tarde encerrada en su habitación envolviendo regalos y poniendo nombres, con lasitos y cordeles de colores; mi niña. Son más vivos que el hambre, y la pucha que son lindos los besos y abrazos que me dieron.



Barcelona a 7 de enero del 2013.-

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