Seguramente
ha sido el hombre más incómodo que accedió a la máxima posición política en la
España del último tercio del Siglo XX, y a su vez fue el hombre que más
beneficios propicio a este país. Fue incómodo para todos. Para los franquistas
porque habiendo salidos de sus filas les era difícil ningunearle en tanto que
les creaba la ilusión que el régimen podía modernizarse cambiando lo necesario
para que se mantuviera lo esencial. Fue incómodo para las izquierdas porque sus
planteamientos de democratizar España no se lo creían, pero a su vez era la
única persona que les permitía acariciar la perspectiva de que España pudiera
integrarse en el mundo occidental parlamentario. Fue el Tahur del Misisipi para
Alfonso Guerra, y el gran traidor para el Ejército que intentó derribarle unos
días después que él hubiera renunciado a la presidencia con aquella frase de no
querer que la democracia en España fuera un paréntesis y que dejándolo hacía
más bien que quedándose.
Su
incomodidad fue su gran virtud, su gran valentía. Fue incómodo para Santiago
Carrillo, pero gracias a Suárez el Partido Comunista se legalizó, y gracias a
Carrillo los comunistas de entonces junto con los socialistas de entonces,
aceptaron que España tenía que organizarse en una Monarquía Parlamentaria, no
en una República. Fue incómodo para el
victimismo de los nacionalistas catalanes y vascos, él reconoció sus
peculiaridades, propició el Estado de las Autonomías, y les desactivó en
aquellos tiempos. Fue incómodo para los rupturistas que querían empezar de
nuevo sin saber desde dónde. Fue incómodo para los suyos de la UCD, unos se
fueron con la Alianza Popular de Fraga, otros al PSOE, y otros a los Consejos
de Administración de empresas privadas.
Dios te libre del día de las alabanzas -dijo
un creyente-, ese día estarás muerto.
Muerto Adolfo Suárez, ahora todos le alaban, le alabamos, pero eso sí, cuando
estuvo todos le dejamos solo. La soledad de Suárez ha sido un estigma para él,
que incluso su propia memoria le dejó solo. La soledad de Suárez como político
se ha contagiado a los políticos que le han sucedidos, los cuales han perdido
el acompañamiento de la ciudadanía, por empeñarse ellos, en no ser incómodos
para los suyos. Esa orfandad que hoy padecemos en relación a nuestros
mandatarios es lo que hace que Adolfo Suárez viva. Ojalá, nazca Adolfo Suárez González. Descanse
en paz.
Barcelona
a 24 de Marzo del 2014.- RRCH
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