viernes, 4 de julio de 2014

LA IGNORANCIA COMO ÚNICA DEFENSA


 
 

        Los tiempos cambian, y generalmente para mejor. Aunque en algunas cosas no. Históricamente las personas socialmente significadas, y siempre lo han sido los dirigentes políticos y sociales, hacían gala de sabiduría, de conocimientos, de control absoluto de las parcelas de dominio, eso les reportaba autoridad. La autoridad era el bien escaso que les distinguía. Los que tenían autoridad no necesitaban potestades normativas de mando, no necesitaban imponer. Sus decisiones conseguían ser acatadas pacíficamente y de buen grado, por la fuerza de la razón, del convencimiento, de la credibilidad, del respeto que irradiaban. La autoritas trascendía por mucho a las potestas. Las personas que tenían autoridad no necesitaban la imposición. Nelson Mandela tenía autoridad estando preso y sin ninguna potestad de imposición doblegó a los racistas de Botha. Martin Lutero King tenía autoridad sin potestades de imposición e hizo quebrar la “supremacía” blanca en EEUU, lo mataron pero perdieron ellos. Mathama Gandhi tenía autoridad dejando de comer, sin tener más potestades que su propia voluntad venció al Imperio Británico y la Reina hubo de recibirlo yendo él con un taparrabo. Jesucristo, lo mismo.  Y otros muchos menos conocidos han tenido autoridad, y eso no solo les otorgó el inmenso honor de pasar a la historia, sino que además su actitud ante el mundo, ante las injusticias, ante la sinrazón, ante la ignominia, ante la mentira: dejaron en los seres humanos unos valores permanentes, definitivos, perpetuos. Todos les admiramos, todos han muerto, pero su dignidad y su fuerza vive. La autoridad hoy no solo es un bien escaso, sino que además se ha desvalorizado por los que podrían o deberían estén imbuidos de ella. Nuestros mandatarios que deberían ser honorables representantes nuestros, desprecian la autoridad, solo quieren tener potestades, Se han perdido el respeto a ellos mismo, a su propio ser, a su propia posición de representantes. Se conforman con tener, depreciando ser. Cuando se les descubre una indignidad sólo se defienden diciendo que ignoraban los hechos indignos que protagonizaron, y a lo sumo, en excepcionales casos, al ser descubiertos renuncian a su cargo, y eso que en sí mismo es muy poco, por ser mejor que nada lo aplaudimos. La inmensa mayoría de ellos se defienden alegando solo la ignorancia. Ser ignorante se ha convertido en un valor, ya no desprestigia, salva. En otros tiempos, cuando la sabiduría, la responsabilidad, el honor y el respeto eran valores imprescindibles para ser alguien ante los demás, la acusación de ignorancia era infamante. Ahora no. Estos ignorantes quieren ser víctimas de otro, dar lástima, y eso sí, mantener las potestades. Seguir teniendo y ser nada. “Yo no lo sabía” y “como no lo sabía no soy responsable”, pero se quedan con lo conseguido sin saberlo y sin ser responsables de lo conseguido. Lo conseguido sin querer, siempre salió de los demás, y los demás pierden, nunca se les restituye lo quitado, se han de resignara en que “siempre ha sido así”. Nos mienten, no nos respetan, se burlan. Cambian las reglas para seguir mintiendo, seguir ofendiéndonos, seguir burlándose. Pareciera que fundamentan su autoestima en esos contravalores.

Podemos subvertir este bucle melancólico. Podemos. Pero en paralelo al unísono, al tiempo que les desarmemos para que desaparezcan, hemos de construir una alternativa. Al tiempo que nos defendamos, hemos de armar un ataque. Al tiempo que les enterramos, hemos de construir una casa nueva. Hemos de enterrarlos lejos de dónde al mismo tiempo estemos cavando los cimientos de la nueva casa. Si no nos gusta la monarquía, hemos de estructurar y explicar de forma coherente y completa, qué república ansiamos. Si no queremos que privaticen la educación, hemos de explicar qué enseñanza pública queremos, con qué controles, con qué contenidos, con qué financiación. Si queremos más gasto público para equilibrar las oportunidades de los que no tienen, hemos de explicar de dónde y cómo sacamos los fondos precisos, en qué hemos de gastarlos, qué hemos de suprimir y qué hemos de crear; cómo, cuándo y dónde. Los que deprecian la autoridad, los que no tienen autoridad, los que no quieren tener autoridad no nos van a dar la respuesta. Porque no tienen autoridad. No es suficiente deshacernos de ellos, hemos de organizarnos nosotros al margen de ellos, sin contar con ellos para hacer la casa nueva, pero sin olvidar que ellos están ahí. Y al estar ahí y mientras estén ahí, hemos de tenerlos a raya al mismo tiempo que hacemos. Podemos hacer. Hagamos. No le pidamos que hagan. No harán.

 
Barcelona a 4 de julio del 2014.-

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