Está muy bien que hayamos convertido a París en la capital del
mundo occidental y todos entonemos emocionados “libertad, igualdad y fraternidad” ante el ataque terrorista que ha
causado en Francia casi dos decenas de muertos. No hemos hecho lo mismo, ni parecido,
ante los más de dos mil muertos que, por
aparentemente iguales motivos, se causaron en la ciudad de Baga (Nigeria) el
pasado 3 de enero de este mismo año 2015. La libertad es tan esencial que, es
lo que nos hace seres humanos. Pero la igualdad y la fraternidad es lo que nos
hace compatibles a unos seres humanos con otros. No parece que a estos dos
conceptos les estemos prestando la atención que la urgencia aconseja, si nos
hacemos los bobos ante su ausencia habremos de enjaularnos para nuestra
conservación. Si para proteger nuestra libertad –o seguridad que no es lo mismo-
vamos a cerrar fronteras y poner filtros inexpugnables en nuestros puertos y
aeropuertos, puede ser que achiquemos la libertad defendida, y es seguro que la
fraternidad y la igualdad la estamos dejando al margen. El peligro son los
pobres, que producen la desesperanza y
la miseria. Sí; puede ser que las personas que cometieron los asesinatos en
París fueran musulmanes de segunda generación
nacidos y crecidos en Europa, lo que ya no parece verdad es que hayan
crecido en el seno de la igualdad y la fraternidad. Los padres de éstos, los de
primera generación, cuando acceden a occidente solo tienen la ambición de
sobrevivir, y la esperanza de conquistar un futuro mejor para sus hijos,y esto
último es lo que les mueve. Pero los hijos ya no se conforman con sobrevivir, quieren lo
mismo que los hijos de los franceses de siempre, que los hijos de los europeos
de siempre. Y cuando la República o el Estado de Bienestar les deja fuera negándoles la fraternidad y la igualdad, entonces, todo se cae; y
aparece Dios. Si la fraternidad y la igualdad del más aquí resulta inoperante, tanto que, por negarla estamos
dispuestos a recortar nuestra propia libertad, es poco prudente ignorar que algunos
de los excluidos confíen en el más allá y estén dispuestos a morir por la ilusión. El
terrorismo no tiene ninguna justificación; ninguna. No obstante habremos de encontrar
una explicación, como se la encontramos a los paraísos fiscales, la explotación
de los trabajadores, el tráfico de armas, la discriminación de la mujer y el enriquecimiento
obsceno de nuestros hijos de puta. Los pobres son peligrosos, y más lo son si
son muchos. A lo mejor –o a lo peor- la
explicación que hemos hallado no lo está contando bien y un mal diagnóstico
hace inútil cualquier intento de parar el mal; en el supuesto que eso sea lo
que se quiere.
Barcelona a 12 de enero del
2015. RRCH.
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