Lo más
cómodo es simplificar. Las simplificaciones siempre nos han llevado al
desastre. Confundir el todo con la parte por más pequeña que la parte del todo
sea, ha sido una constante histórica. La religión católica no es sinónimo de
inquisición ni de pederastia. El judaísmo no es sinónimo de avaricia y
sectarismo. El Islam no es sinónimo de guerra santa. Todos esos males han sido
parte de tales religiones y en todas ellas en distintos tiempos históricos.
Como han sido también males del socialismo, del comunismo, del nacionalismo y del
capitalismo. El terrorismo se sirve de cualquier entorno, y que los demás mimeticemos
el entorno con el terrorismo como pensamiento totalitario o totalizador es
otorgarles el mejor caldo de cultivo, es atribuirles la victoria. Es renunciar
a la integración de la mayoría por mérito de una minoría escasa. Es como
confundir a los vascos con ETA. El terrorismo islamista ha asesinado a muchos
más musulmanes que a otros que no lo son. Estigmatizar a cualquier religión es
desamparar a la mayoría de sus gentes, es abonar el terreno para que las
minorías extremistas crezcan y florezcan. Las religiones, como algunas creencias
políticas que a veces se constituyen en una suerte de religiones agnósticas, no
son más que un compendio de costumbres, de reglas y de fe, seguidas por inmensidades de
personas diversas, y practicadas en diversidad. La gran mayoría de éstas
personas ni son extremistas, ni son fanáticas, ni son totalitarias. Lo sucedido
ayer en Francia no fue un ataque del mundo musulmán al mundo occidental, fue un
atentado terrorista. Ni más ni menos. Utilizar tal desgracia para fortalecer
nuestra arrogancia patriotera o nuestros complejos de superioridad occidental y
cristiano, sería una perfecta demostración de lo contrario.
Barcelona
a 8 de enero del 2014. RRCH.
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