Cuba,
la isla del quizás
Fidel Castro ha muerto.
Me acuerdo de esa historieta que dice que Pepito (el Jaimito de las
bromas cubanas) se acerca al ataúd entre lágrimas. Un lugarteniente encargado
del funeral le regaña: "¡Vamos, está muerto, está muerto!".
"Sí", contesta Pepito lloroso: "¿Pero quién va a
decírselo?".
Entre otras cosas, Don Quijote le decía (a Sancho Panza) que él se dispuso
a seguirlo de buena gana, porque en cualquier momento podría ganar una ínsula
de la que le haría gobernador.
Don Quijote, hidalgo de la Mancha y de todas las tierras conocidas y
desconocidas, prometía a Sancho Panza, fiel servidor, una ínsula. Él, crédulo y
creyente, el campesino enamorado de la vida, del buen comer y fascinado por su
valeroso maestro, se dejaba seducir y se hacía cómplice del fabricante de
sueños.
Justo cien años antes de la aparición de las gestas del ingenioso hidalgo,
Tomás Moro publicaba Utopía y Maquiavelo, El Príncipe. En contra
de los estereotipos, Utopía, ese lugar que no existe, no es un sueño,
sino una tierra y una comunidad por construir. Los apóstoles de la Utopía,
queriendo poner fin al sufrimiento y a la esclavitud, proponen la construcción
de un mundo nuevo que, por definición y por obligación, será mejor.
1959-2016: casi 60 años, jóvenes barbudos que se escapan de la cárcel y
aventuras dignas de las mejores novelas de caballería (las que Don Quijote
apreciaba y no echaba al fuego), jóvenes o menos jóvenes burgueses cultivados y
educados o niños de la calle, desocupados y botafuegos, toman el poder de Cuba
arrebatándoselo a un tirano, marioneta manipulada por gobiernos norteamericanos
siempre en busca de compañeros fáciles en propiedades lucrativas.
Durante casi 60 años, en Cuba -isla clave del Caribe, pasarela obligada y, por ello, vigilada, entre el Norte y el Sur, el Sur y el Sur, el Oeste y el Este, codicia de los piratas, de los colonos, de los imperios, de los traficantes y de los poetas-, hombres y mujeres han intentado construir una Revolución. Hoy están abatidos y su Líder está muerto.
Durante casi 60 años, en Cuba -isla clave del Caribe, pasarela obligada y, por ello, vigilada, entre el Norte y el Sur, el Sur y el Sur, el Oeste y el Este, codicia de los piratas, de los colonos, de los imperios, de los traficantes y de los poetas-, hombres y mujeres han intentado construir una Revolución. Hoy están abatidos y su Líder está muerto.
La historia de la Revolución cubana nunca ha podido ser leída de forma
objetiva. Para desenmarañar esta madeja, hay que confiar en las apariencias, en
las fachadas de casas degradadas, en los escaparates de tiendas sin neón, en
las cuatro páginas lacónicas de la prensa cotidiana y en los estereotipos
repetidos como una letanía desde hace tanto tiempo. Hay que desplazar el centro
de gravedad de la reflexión desde la Europa del primer mundo hacia la
Perla de las Antillas (como dijo el escritor en el exilio Abilio Estévez,
"una especie de enfermedad como la perla lo es a la ostra"), que navega,
finalmente bien, aislada sobre los mares.
Miramos a Cuba con ojos de enamorada o con las manos de Lady Macbeth...
Este nombre es el crisol de un romanticismo frustrado para nosotros, habitantes
y enterradores del Viejo Mundo y de sus amigos.
Al principio, esta Revolución hizo soñar al mundo entero, a intelectuales,
políticos de muchas ideologías, aventureros y espías. Las dos figuras
emblemáticas, Fidel y el Che, demostraban al mundo, por su alegría o su terror,
que la epopeya podía salir por fin de los libros de hechizos y de los cuentos y
hacerse realidad. Tras las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, con los
primeros movimientos de descolonización y de la Guerra Fría, vimos allí el
lugar y la manera para favorecer el reencuentro tan esperado de la ética y la
política. Allí leímos el principio de la escritura de una Politis justa, es
decir, de una vida ciudadana fundada sobre los valores esenciales de la
educación, de la cultura, del esfuerzo, de la igualdad y del compartir. Es
decir, y vamos con la etimología de 'utopía', el lugar de la felicidad dibujado
en el espacio y el tiempo.
No obstante, los ánimos, las consignas, las realidades confrontadas al mundo que cambia, ¿pueden adaptarse a esta duración y a estas mismas aspiraciones?
No obstante, los ánimos, las consignas, las realidades confrontadas al mundo que cambia, ¿pueden adaptarse a esta duración y a estas mismas aspiraciones?
El pueblo cubano escucha promesas de reformas, de una vida mejor e incluso
de una "apertura", ¡casi una palabrota! Pero me pregunto si la
alegría y la esperanza de algo mejor son inmutables, si resisten al tiempo
cuando el Che está muerto, cuando el Muro de Berlín ha caído, cuando los
guerrilleros se han convertido en traficantes de droga y en secuestradores. A
lo largo de todo este tiempo, ¿no se han desmoronado como un castillo de naipes
el mundo libre y el otro sueño imbécil del capitalismo generoso? Pese a
todo, el gordo Sancho sabía que los enemigos de su maestro eran brazos de
molino y que seguramente su ínsula no existía.
En los albores de la Revolución, el pueblo cantaba: "¿Cuándo volverá
Nochebuena? ¿Cuándo volverá? Hoy todos los días es Nochebuena...". La
letra es de Juan González, obrero soldador.
Me pregunto qué ha sido de Juan González. ¿Qué ha sido de los
"pioneros rebeldes" que ilustran las páginas de la revista del
Instituto Nacional de Reforma Agraria, Margarita Gómez y Julio Fernández?
¿Seguirán creyendo, seguirán siendo rebeldes? ¡Eso se sabría! ¿Se habrán
ido a la otra punta del mundo? ¿Se habrán muerto llevándose a la tumba
ilusiones, risas y llantos?
Este texto aparecerá en un libro que se publicará próximamente (en
francés).
Este post fue
publicado originalmente en la edición francesa de 'The Huffington Post'
y ha sido traducido del francés por Marina Velasco Serrano.
Autor.- Xavier d'Arthuys
Guionista y ex agregado cultural de la Embajada de
Francia en Cuba
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