Desde la distancia física y temporal
que me separa de Uruguay, atendiendo a las noticias que me llegan y a las que
por mis medios puedo acceder, al parecer existe un descontento casi generalizado
sobre la gestión del gobierno, presuntamente de izquierda, que hasta la
actualidad rige el destino del país; descontento que incluso manifiestan
personas de izquierda que a regañadientes pueden seguir votándoles como mal
menor, lo que no genera en si mismo mucha ilusión de progreso. Aparentemente
las deficiencias del Frente Amplio se concretan en un escaso apoyo a la
educación, desaciertos en brindar seguridad a los ciudadanos, y cierta arrogancia
expositiva desde una pretenciosa superioridad moral.
La seguridad ciudadana tiene que ser
compatible con la libertad. Si los ciudadanos no pueden estar tranquilos porque
han de ir cuidándose para que no les atraquen o les roben lo que tienen, sentirán
que las libertades de las que disponen son papel mojado y para ello es imprescindible
que exista un equilibrio entre la represión del delito, las garantías
procesales del inculpado y los derechos de las víctimas. Aunque antes de la
represión se deben adoptar medidas preventivas, que no son otras que combatir
la desigualdad.
Siendo esencial el combate de la
desigualdad, ello no se consigue distribuyendo “sopa boba” o regalos de
entretenimiento, sino a través de la una educación pública que ponga al mismo
nivel los derechos y los deberes. Si a los sectores más desfavorecidos de la sociedad
se le instruye en los derechos a los que son acreedores, pero paralelamente no
se hace lo propio en cuanto a las obligaciones, lo único que se consigue es
generar excluidos afanados en la supervivencia diaria sin esperanzas de futuro
reales y efectivas. Está muy bien la frase de que lo importante es ser, más que
tener, pero el que no tiene lo imprescindible no llegará a ser más que una
persona embrutecidas y desilusionada que adaptándose a su situación de víctima convierte
en culpables de sus miserias a las personas que con esfuerzo se han situado en
una posición más o menos confortable. Y ello genera enfrentamiento entre la
ciudadanía trabajadora y aquellos que han olvidado la rutina de trabajar y no la
esperan ni la buscan.
La ciudadanía ha de ser educada desde
la escuela y las universidades, pero también -y quizás esto sea prioritario-,
desde el ejemplo de sus representantes públicos. Y el ejemplo parte de la
propia conducta del representante y de cómo, cuándo, dónde y de qué manera
expone sus planteamientos. Cuando el relato político se centra exclusivamente
en lo malo que es su adversario pretendiendo que el escuchante extraiga así las
bondades del relator, con ello no se señalan y proponen soluciones, sino que se
está interesando la resignación del otro en aceptar que es mejor malo conocido
que bueno por conocer, lo cual lleva indefectiblemente a la melancolía.
Cuando estaba en Uruguay y en las
cuatro décadas que ya no estoy, me he estado preguntando: ¿para qué carajo tiene
ejército Uruguay?; y aún no he hallado respuesta, y cuando he visto en los
presupuestos publicados el coste del ejército, siempre me pregunto: ¿y porqué
no se invierte ese gasto inútil en un cuerpo de protección civil para proteger
a la población de inundaciones o incendios por ejemplo, o para el traslado de
enfermos, o la atención de ancianos ? ¿Ese dinero no alcanzaría para dotar a
las ciudades y pueblos de educadores sociales en centros de acogidas de adolescentes
con desarraigo familiar, a fin de reinsertarlos a una sociedad sana?
Siendo cierto que los gobiernos de
izquierda ni siquiera se han planteado las interrogantes que antes he expuesto,
tampoco creo que los partidos de derecha sean la solución que, por el nombre de
los candidatos, los puestos se los transmiten de forma hereditaria. Parece
seguir siendo una cuestión de familias con estandartes de colores que se apañan
muy bien en el cuánto peor mejor. Tengo esperanza o soy muy ingenuo, que ya en
Uruguay no se utilicen los partidos políticos y sus lemas para conseguir puestos
de funcionario público necesarios o inventados, mediante la humillación servil ante
los cabezas de listas. Antes pasaba. A pesar de aquél que dicen que dijo: “Sean
los orientales tan ilustrados como valientes”.
Barcelona a 10 de Julio del 2019.
RRCh