Hace unos días el
Rey Guillermo de Holanda, en su trono,
bien vestido, con su consorte a su vera, ambos sobre tarima y al abrigo de revestimientos de terciopelo
rojo con brocados dorados, se ocupó de inaugurar la nueva añada parlamentaria.
Papelito en mano, escrito por el gobierno de centro izquierda, anunció el fin
del estado de bienestar. El bienestar de los otros, no el de él, ni el de los
que le escribieron el texto. Ahora el monarca con sus escribidores han
inventado otro eufemismo para llamar al desistimiento, le dicen: estado de
participación. Que cada cual participe de su propia desolación, que el que
puede siga pudiendo y pueda más, y los que no, que se jodan. Todos estos
mercachifles instruidos que exhiben todo lo que les sobra en la revistas del
corazón, que entretienen a mucha gente mientras tengan las barrigas llenas,
olvidan que una de las virtudes sustanciales del estado de bienestar al que
declaran fallecido es, la paz social. Cuando a fuerza de sus maniobras consigan
poner a la gente entre la espada y la pared, que si se esfuerzan lo lograrán;
se encontraran con pocas espadas para tantas vísceras. Cuando las gentes en
mayoría sientan el muro sólido a la retaguardia y al frente la filosa espada,
los desesperados arremeterán contra ella, asumiendo que pincha. Y como pasen
algunos, que siempre pasan, puede que se acuerden del estado de bienestar que
ellos más que nadie han disfrutado. La riqueza es un bien mientras produzca
admiración y respeto en quienes no la tienen. Respeto que genera la esperanza
de poder participar algún día de tales bienes, aunque solo sea en un poco; pero
cuando la ostentación de los frutos de la rapiña produzcan indignación generalizada y asco en los que no tengan nada más que perder, los pocos muy ricos tendrán que
ocultar sus posesiones para vivir más o menos en paz. Hoy se burlan de las manifestaciones
pacíficas de las gentes insatisfechas. María Antonieta en los albores de la
revolución francesa, estando preocupada por un collar de diamantes y las excusas
del Cardenal Rohan, cuando la gente le pedía pan a gritos, respondió con burla que
cóman pastel. Si lo dijo o no, no tiene importancia, pero poco después se la
acabó su estado de bienestar. El rey Guillermo debería tener más pudor, y los
otros también. Si no hay mal que dure cien años, seguramente será porque
tampoco hay gente que lo resista sin más razón que durar.
Barcelona a 22 de
Septiembre del 2013.- RRCH.
Me ha parecido Muy pero Muy bueno este escrito. Y lo compartiré!!! Gracias.
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