lunes, 23 de septiembre de 2013

Estado de bienestar; fin.


 

Hace unos días el Rey  Guillermo de Holanda, en su trono, bien vestido, con su consorte a su vera, ambos sobre tarima y  al abrigo de revestimientos de terciopelo rojo con brocados dorados, se ocupó de inaugurar la nueva añada parlamentaria. Papelito en mano, escrito por el gobierno de centro izquierda, anunció el fin del estado de bienestar. El bienestar de los otros, no el de él, ni el de los que le escribieron el texto. Ahora el monarca con sus escribidores han inventado otro eufemismo para llamar al desistimiento, le dicen: estado de participación. Que cada cual participe de su propia desolación, que el que puede siga pudiendo y pueda más, y los que no, que se jodan. Todos estos mercachifles instruidos que exhiben todo lo que les sobra en la revistas del corazón, que entretienen a mucha gente mientras tengan las barrigas llenas, olvidan que una de las virtudes sustanciales del estado de bienestar al que declaran fallecido es, la paz social. Cuando a fuerza de sus maniobras consigan poner a la gente entre la espada y la pared, que si se esfuerzan lo lograrán; se encontraran con pocas espadas para tantas vísceras. Cuando las gentes en mayoría sientan el muro sólido a la retaguardia y al frente la filosa espada, los desesperados arremeterán contra ella, asumiendo que pincha. Y como pasen algunos, que siempre pasan, puede que se acuerden del estado de bienestar que ellos más que nadie han disfrutado. La riqueza es un bien mientras produzca admiración y respeto en quienes no la tienen. Respeto que genera la esperanza de poder participar algún día de tales bienes, aunque solo sea en un poco; pero cuando la ostentación de los frutos de la rapiña  produzcan indignación generalizada y  asco en los que no tengan nada más que perder, los pocos muy ricos tendrán que ocultar sus posesiones para vivir más o menos en paz. Hoy se burlan de las manifestaciones pacíficas de las gentes insatisfechas. María Antonieta en los albores de la revolución francesa, estando preocupada por un collar de diamantes y las excusas del Cardenal Rohan, cuando la gente le pedía pan a gritos, respondió con burla  que cóman pastel. Si lo dijo o no, no tiene importancia, pero poco después se la acabó su estado de bienestar. El rey Guillermo debería tener más pudor, y los otros también. Si no hay mal que dure cien años, seguramente será porque tampoco hay gente que lo resista sin más razón que durar.

 

Barcelona a 22 de Septiembre del 2013.-  RRCH.

1 comentario:

  1. Me ha parecido Muy pero Muy bueno este escrito. Y lo compartiré!!! Gracias.

    ResponderEliminar