Pablo Iglesias arrancó su andadura política con el eslogan de
los de arriba y los de abajo, que lo de izquierda y derecha ya no era de este
mundo, y que la casta estaba integrada por los de arriba, y los de arriba
eran/son los detentadores del poder, y que lo prioritario e inaplazable era
solventar las insatisfechas necesidades de los de abajo (desahucio bancarios,
precariedad laboral, igualdad de género, educación pública y universal, sanidad pública y universal,
combate y superación de la corrupción, despolitización de la justicia,
solidaridad nacional e internacional y la construcción equilibrada de la Unión
Europea, entre otras ofertas). Albert Rivera arrancó su andadura política con
el eslogan que los derechos son de las personas y no de los territorios, que
las personas unidas en el marco de España son más fuertes y más capaces de
superar las crisis económicas y sociales, que el independentismo territorial y
especialmente el catalán, lejos de ser una solución para los catalanes es un
perjuicio, y que su formación no es de izquierda ni de derechas sino de centro
con el irrenunciable propósito de acabar con la corrupción. Y ello con
propuestas sino iguales, compatibles con las del Sr. Iglesias. Ambos, en
conversación televisada con Jordi Évole en un modesto bar, parecían predispuestos
a huir del integrismo ideológico y si fuera necesario llegar acuerdos que
trascendiera la política tradicional del quítate
tú que me pongo yo. Pero no. Iglesias sin molestarse de cómo, para qué y de
qué manera, a fin de sumar con los referendistas
catalanes se apuntó al referéndum de Catalunya, y que fuera vinculante para el
resto de españoles sin que éstos participaran en tal decisión. Se presentó en
la tele rodeado con un grupo de los suyos, proponiendo un gobierno en el que él
sería el vicepresidente y los suyos ministros de las carteras por ellos
elegidas, y que el presidente sería de los otros porque al otro el destino le
había sonreído; y ¡cómo no! el sonreído tenía que aplicar íntegramente el
programa electoral de Podemos, porque es el mejor. Rivera, tratando de situarse
en el centro pretendido, se acerca a Pedro Sánchez y entre los dos firman un
acuerdo que para que sume dicen que está abierto a otras formaciones. Luego
resulta que lo abierto está tan cerrado que no se le puede mover una coma.
Sobre dicho acuerdo uno dice que le impuso al otro el ochenta por ciento del
programa y el otro dice que él también metió su ochenta por ciento, y con el
programa del ciento sesenta por ciento, parece que no conseguirán el cincuenta
por ciento del apoyo del Congreso de los Diputados para que el destino le
sonría a alguien. Ahora Iglesias es de izquierda, solo de izquierda, y está
dispuesto a resolver alguna cosa de los de abajo solo si él accede al poder con
un puesto reconocido –vicepresidente por lo menos- y si asumen los demás sin
rechistar todas sus propuestas experimentales. Va quedando como niño repelente
y mal enseñado cada vez que abre la boca, ahora para tratar de quedar más o
menos bien con una parcela de votantes del País Vasco se descuelga con que
Arnaldo Otegui estuvo más de seis años en la cárcel por sus ideas, aunque sabe
de sobra que fue por sus acciones. Rivera recoge la pelota y se la reenvía
recordando a Leopoldo López preso en Venezuela que según Rivera sí está preso solo
por sus ideas. Seguramente la verdad que sacrifican y niegan los dos para salvar su integrismo ideológico
está en el medio: ni Otegui por sus graves acciones, una vez presuntamente
mudadas las ideas que le motivaron a ejecutarlas, merecía tantos años de
encarcelamiento; ni López por sus leves acciones sin mudar las ideas que le
motivaron a ejecutar sus acciones con propósito de propagarlas, merece el
encarcelamiento que está padeciendo por una
condena más que cuestionable y pena muy
superior en años a la que cumplió Otegui. Y lo que ya da asco, es que dos
personajes que comenzaron situándose en el centro, ni de izquierda ni de
derechas, de abajo o del medio, ahora nieguen la mayor para encontrar un sitio
en el núcleo que detenta el poder con la máxima de quítate tú que me pongo yo. A ninguno parece ocurrírseles que para
pactar hay que renunciar a algo para que un algo distinto introduzca su
contraparte, y si se ha de pactar es precisamente por no haber conseguido
ninguno la mayoría necesaria para intentar cumplir íntegramente su programa
electoral. Programa que, con mayoría absoluta ya conocemos que tampoco se
cumple: a veces porque se promete ingenuamente lo imposible y otras porque con el previo propósito
de no cumplir se promete adrede lo que los votantes quieren oír.
Barcelona a 1 de Marzo del
2016 RRCH
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