miércoles, 15 de abril de 2015

Cristina Fallarás y las putas.



          La señora Fallarás publicó hoy en El Mundo un artículo que tituló: “La puta economía de Albert Rivera”, y como la mayoría de personas bien-pensantes, se afana en valorar vehementemente lo que debe ser, dejando al margen lo que es, y lo que viene siendo desde el inicio de los tiempos. La legalización de la prostitución, o el dejarlo como está torciendo la nariz y mirando para otro lado, es una cuestión que levanta ampollas, especialmente dentro de los grupos humanos que se sitúan fuera del colectivo que sufre la ilegalización o la alegalización. Y lo que ya resulta incomprensible es que los sectores de la izquierda hayan puesto el grito en el cielo cada vez que alguien osa poner sobre el tapete éste asunto, cuando resulta que ellos jamás han propuesto nada en relación a ese colectivo invisible de mujeres que no lo quieren mirar. Disto mucho de comulgar con la inmensa mayoría de planteamientos del Sr. Rivera, lo que no impide que apoye éste concreto. Cosa distinta será, en su caso, cómo y de qué manera se propone abordar la legalización de la prostitución. Aún sin saberlo, o precisamente por ello, no parece que de su propuesta inicial se proponga legalizar el proxenetismo, ni el comercio de seres humanos o la explotación de niñas para el comercio sexual, como la Sra. Fallarás le achaca mediante una embestida personal absolutamente insostenible. Acepta la Sra. Fallarás que al menos un número menor de mujeres que ejercen la prostitución lo hacen por su propia voluntad, y añade que aun así de ello no se deriva que sea algo bueno, ni deseable, ni aceptable en nuestra sociedad. De acuerdo. Pero es de suponer que lo que el Sr. Rivera intenta regularizara legalmente es exactamente el ejercicio voluntario de dicha actividad, puesto que el forzado por otro,  es y seguirá siendo perseguible penalmente. Cuando se propone la legalización de las drogas nadie dice que el consumo sea bueno ni que se haya de forzar a los niños para que se droguen aunque no quieran, se persigue precisamente el mal menor, puesto que el mayor: las mafias y la explotación no se ha conseguido con la ilegalización. No parece que el Sr. Rivera ni las demás personas que consideramos un acierto regularizar la prostitución normativamente tengamos la voluntad de promocionarla, si acaso sí de paliar los efectos perniciosos de la explotación que enriquecen a los que de ella se lucran. La Sra. Fallará en su delirio moralista le pregunta al político si él consideraría un buen oficio para las hijas de él, que se hagan putas legalizadas. La pregunta es estúpida porque ya sabe la respuesta: no. Tampoco le parecerá bien que sus hijas sean jornaleras del campo en las vendimias de Francia, ni limpiadoras de la mierda de los ricos, ni peonas de la construcción, ni picadoras en una mina, ni que tengan que emigrar para buscarse las habichuelas. Claro que toda voluntad en el ejercicio de cualquier actividad está mediatizada por la necesidad, especialmente si hablamos de las citadas. O, acaso las empleadas domésticas y todos los que se rompen el culo trabajando de sol a sol por una miseria, ¡lo hacen por vocación! Seguramente en ello hay menos vocaciones que en ser putas. Lo que sucede es que a los que se matan por poca cosa dejándose la piel en la faena les consideramos de los nuestros y nos dolemos por ellos, y a las putas no. Ellas son otra cosa, no sabemos qué cosas son, pero cosas. Las preguntas la Sra. Fallarás debería hacerla a las mujeres que ejercen dicha actividad y posiblemente le pedirían que le ofrezca un oficio mejor mirado, pero que mientras tanto no se les proporcione, al menos que las mire, que están ahí sin derechos. Cuál es el pecado señora, que a las mujeres como usted que se dedican a lo que usted no se dedicaría, tengan seguridad social, derecho a las baja por enfermedad, a la incapacitación por enfermedades profesionales, derecho a la jubilación, derecho a ser protegidas contra los abusos y el maltrato de sus empleadores y clientes, derecho a que los bancos le den crédito, derecho a hacer uso de los beneficios de su actividad de forma legal pagando los impuestos correspondientes. ¿Dónde está el pecado señora? ¿Le parece mejor que tengan que esconderse para que ni usted ni la policía les vea? Y no me venga con el cuento que la prostitución se elimina con educación y protección social. Primero, porque hay tantas putas con título universitario como analfabetas, ya sé que a las ilustradas le llaman de otra manera más elegante y hasta salen en la tele, y seguramente a ellas usted no se refiere; segundo, porque en dicha profesión “prohibida” las que destacan un poco ganan mucho más dinero y con menos sacrificio  que las trabajadoras legales, y tercero, porque habrá algunas al menos que quieren hacer con su cuerpo lo que les da la gana y no tener que pedirle la limosna lastimera a los servicio sociales después de dar mil explicaciones y rellenar un montón de formularios.  

Barcelona a 15 de abril del 2013, RRCH

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