¡La
pucha, ché Galeano, te moriste nomás! Vos sabés que, desde que ayer vi en los
diarios que te habías muerto, se me empezó a pasar una película por la cabeza
de cuando era gurí. Más o menos allá por los primeros años setenta: cuando tiré
la bicicleta de apuro en la cuneta de la puerta de mi casa en el Barrio las
Canteras de Isla Mala. Había venido del pueblo sujetando el manubrio con una
sola mano porque llevaba el sobaco del otro brazo apretado, en medio, Las Venas
Abiertas de América Latina que me habían prestado. Aquel libro era una cosa
loca, no tenía ni idea qué decía, pero me había impresionado lo que de él contaban
los demás. Hasta puede ser que quién me lo dejó no se lo hubieran leído, pero
tenerlo ya implicaba ser corajudo, por la fama, y porque los milicos ya se habían
puesto a mandar. Decían que habían jodido a uno porque le encontraron en su
casa papeles sobre el cubismo, se trataba de las pinturas de Picasso, pero los
animales aquellos lo emparejaron con Cuba, y… En aquella época Galeano, estábamos todos
asustados, estaba a la última moda los plantones, las picanas, las
desapariciones y las palizas por las dudas; Pacheco Areco, las “medidas prontas de seguridad”, Bordaberry, y la milicada ya sin tapujos para vencer a los Tupas y acabar de paso y adrede con todo lo demás. Me lo leí todito, che. Y desde aquella leída
me entusiasmé con la historia. Creo que en la contratapa había una frase tuya
que decía más o menos que, la historia era un profeta que miraba para atrás, y por lo que fue y en contra de lo que fue, anunciaba lo que
iba a venir; y con esto embocaste. Años después sé que vos mismo dijiste que
cuando los escribiste no estabas muy ducho en historia, economía y otras de las
yerbas que pusiste en el papel, y seguro que tenías parte de razón, igual chamboneaste un poco al juzgar los siglos catorce y siguientes con los criterios
morales y sociales que habíamos
adquirido en el siglo veinte, pero con eso y todo, el libro fue un
descubrimiento para el gurí que yo era y para otros muchos, y un empujón para
que siguiera mirándome la historia. Por ahí comencé a interesarme por lo que aún
me importa. Me acuerdo que el primer susto me lo pegó Bassetti, que vendía El Popular, y un día apoyado en la
alambrada que dividía el solar de mi casa del camino, dijo así nomás: “nosotros los comunistas”; aquello me
dejó paralizado, había confesado ser comunista, algo insólito. ¡¿Y si lo
escucha alguien?! Todos decían que
Bassetti era medio comunista, ¡pero que lo dijera él! … Como vos sabés de sobra, el pobrerío podía ser
colorado o blanco que para eso había libertad, y todos los que no eran una cosa
o la otra: la misma cosa, eran comunistas, peor que apestados, mucho peor,
porque si venían los comunistas nos quitarían todo para repartir, y eso era
terrible. Teníamos una casa de medio ladrillo asentada en barro con techo de chapa, cielorraso de
bolsa de arpillera blanqueada con cal, piso de tierra, pozo negro con excusado
al lado, pozo de agua, un farol de queroseno a mecha, terreno para los boniatos;
mi viejo peón de tambo de lunes a lunes y en los ratos libres a dar vuelta
tierra y a arrancar la gramilla; ¿repartir?. Superado aquel julepe, me atreví
con el libro tuyo. Nunca me hice comunista aunque no me escapé que me acusaran
de serlo, y seguro que vos tampoco. Me mantuve en aquellos años y me mantengo
sin dios y sin partido que me digan qué he de opinar, y sigo aguantando. Y te lo agradezco Galeano. Como también todo
lo que has dejado dicho para los nadies.
Puede que a unos les parezca que lo que ponías y decías de
palabra no sirva para mucho, pero ché, es como aquello que dijiste de la utopía,
que en cuanto te quieres arrimar ella se separa la misma distancia, y que nos
hace andar. Y de andar se trata, y mejor si uno patea los caminos con la
conciencia tranquila por al menos haber indicado lo que no vale un real y
fijarse en lo que la mayoría no ve por ir mirando ladeado; y poder decirles:
¡guarda carajo!.
Galeano
te digo la justa, no tengo ni idea de qué le pasa a un cristiano cuando estira
la pata y se va para los pinos, no sé cuál
es la suerte de los muertos, si es que tienen alguna. Pero en cuanto a los que
vamos aguantando vivos, y hasta puede ser que los que nazcan después, te vamos
a echar de menos. Y allá en el Uruguay muchos nadies y remediados, se acordarán de vos, y hasta puede ser que te
hagas rico después de finado y Las Venas Abiertas sigan pulsando vida, allá en
Iberoamérica, para que encuentren querencia marchando juntas la libertad y la
justicia, dos cosas que decías vos, que marchan juntas o no marchan. Libertad y
justicia marchan juntas o no marchan. Bueno, si los muertos escuchan, que por
decirlo no pierdo nada, ¡adiós compañero!. No sé si tomabas mate, si lo hacías,
dale nomás, y sino empesá.
Barcelona
a 14 de abril 2015, RRCH.
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