Una de las tantas causas que
ha abonado la corrupción política fue el sentimiento de impunidad que embargaba
a los corrompidos y a los corruptores, y gracias a la labor de algunos valientes
periodistas, los corruptos, corruptores y corrompibles ya comienzan a cuidarse, al menos en no dejar
cabos sueltos en su actividad delictiva, cosa que hasta hace poco no les
preocupaba nada. Esta actividad denunciadora frente a los representantes
públicos salidos de la actividad política no se ha dado, ni se está dando en
relación a los componentes del poder judicial y la fiscalía. Llama la atención
que un periodista como Jordi Évole, en el magnífico reportaje que realizó el
domingo pasado sobre la ignominia judicial sufrida en España por el ciudadano holandés Don
Romano van del Dussen no haya desvelado ni un solo nombre de los jueces,
magistrados, fiscales, secretarios judiciales, oficiales judiciales y abogados que cometieron la tropelía, y no dijera tampoco
que ninguno de éstos estuvieran presos o dedicándose a otra actividad más
adecuada a sus capacidades. El holandés, pobre por más señas, ha permanecido más
de una década en la cárcel por violación de tres mujeres, cuando al parecer en
la vista del juicio ya se sabía que el ADN encontrado en las víctimas no correspondía
a él. Las mujeres habían sido agredidas y violadas por un solo hombre, y el
ciudadano holandés no solo ha negado siempre su participación en los crímenes,
sino que también podía demostrar que estaba en otro lugar en el momento de los
hechos con una docena de personas que ni fueron citadas, y varios años antes de
su puesta en libertad la Interpol había localizado al dueño del ADN en el Reino
Unido; que era otro. Tampoco se ha oído a nadie del Consejo General del Poder
Judicial, ni a ningún integrante de las asociaciones de la magistratura, ni a
ningún Decano de algún colegio de abogados, pedirle al menos disculpas al ciudadano
holandés por la vergüenza ajena y asco que les debió producir la actuación de
sus colegas. Don Romano vive de prestado en la casa de un cura.
Ayer se conoció que Don Salvador Alba Mesa, Magistrado de
la Audiencia Provincial de Las Palmas, persona que antes tuvo preparación
teológica, ejerció de abogado y como
juez ha pasado por el orden jurisdiccional civil, penal, contencioso
administrativo, y ha impartido muchos cursos de derecho: coaccionó a un
imputado sobre el cual tenía total poder sobre su libertad y patrimonio, para
que declarara en contra de otra juez. El reo, posiblemente para garantizarse
que el magistrado cumpliera con sus promesas de indulgencia, le grabó la
conversación y cuando el chantajista no cumplió se la pasó a un periodista. En
la conversación, el jurista utilizaba términos homologables con los propios de
los delincuentes de baja estofa: “me lo
cargo”, “que se joda”, “cabrona”, “hija
de puta” El descubierto, en
ejercicio de su legítimo derecho a la defensa dice que las frases se sacaron de
contexto, ahora se está esperando que las contextualice, pero no se conoce todavía
que haya sido apartado cautelarmente de su cargo ni que haya sido detenido por la alarma social causada
y por las probabilidades que tiene en la destrucción de pruebas; luego si no
fue él se le absuelve y ya está. Los jueces, magistrados y fiscales son el último asidero
de los ciudadanos, si también se nos pudren en el sentimiento de impunidad quedará
poco o nada. Sería bueno que ellos también sintieran el aliento de periodistas en su cogote; si ello no cura,
alivia.
Barcelona a 13 de Mayo del
2016.- RRCH
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