Posiblemente lo que nos pasa,
y si seguimos, más nos pasará, es consecuencia de la forma en que hemos mutado
nuestros valores morales, cambiado el sentido original de los términos con los
que describimos los hechos y nuestros actos. La honorabilidad, que debería ser
la exteriorización de un valor personal propio, y su consecuencia, el
reconocimiento social de virtudes como la honestidad, la decencia, la dignidad,
y el cumplimiento de los deberes respecto al prójimo y a uno mismo. Todo esto
se ha convertido en lo contrario: en la interiorización por parte del sujeto de
los “honores” y aplausos externos que le llegan por una diversidad de
circunstancias ajenas, que le hacen aparentar honorable frente a los demás. Así
el sujeto se va ocupando de contentar los deseos de los otros para mantener de
ellos la admiración. Un seudo respeto tan efímero e impersonal que, en horas se
puede tornar en lo contario. Para alimentar esa precaria fama, el sujeto
interioriza que la incoherencia, es la única fuente de sustento. De esta forma
se acepta como una necesaria y normal adecuación al medio, caer en el absurdo,
la sinrazón, la ridiculez, la necedad, la insensatez, la extravagancia, la
estupidez, el despropósito, el yerro y el desatino. Todo esto es lo normal, lo
que se lleva, lo que hace todo el mundo, y ¿por qué vamos a ser diferentes?
Curiosamente la diferenciación aparentemente es un valor, lo que parecería una
contradicción con lo ya expuesto, pero no; la diferenciación solo es apreciable
y querida, cuando se proclama desde dentro de un grupo frente a otro, aunque en
un grupo y en el otro use los mismos desvalores. No es atractivo hacer camino
al andar, sino seguir caminos hechos y consumir el tránsito sin reparar en al
paisaje, a lo sumo hacerle una foto.
Barcelona a 13 de noviembre del 2017. RRCh.
No hay comentarios:
Publicar un comentario