Está bien que con ocasión de lo que
acontece actualmente con el separatismo catalán, se hable de reformar la
Constitución. Ahora bien, dicha reforma no se ha de centrar ni en satisfacer a
los separatistas ni en perjudicarles, sino en encauzar lo más democráticamente
posible las discrepancias entre comunidades autónomas o territorios históricos.
El nacionalismo separatista de España como el nacionalismo centralizador
español no va a desaparecer nunca, ni falta que hace. En las dos opciones
nacionalistas existe más o menos un 5 o 10 por ciento de la población, el resto
que se suma a un bando o a otro es nacionalismo de bolsillo o de ocasión. El
nacionalismo de bolsillo nace de la exitosa manipulación que los nacionalistas
de verdad hacen cuando consiguen inocular en ese otro porcentaje más grueso con
medias verdades y auténticas mentiras, la creencia que, estarán mejor
económicamente aprovechando la ocasión. Los auténticos separatistas son
aquellos que asumen que con la separación estarán muchísimo peor los primero
veinte años, luego ya veremos, y que ese es el coste para hacer patria, pero
como saben que diciendo toda la verdad no tendrá apoyo lo intentan a costa de
los que sea, y los otros también. Ninguno de los dos bandos expone qué será “lo
que sea”. Los separatistas catalanes
tipo Rufián y Tardá no les va a interesar nunca una reforma de la Constitución,
ya lo dicen, ellos quieren aprovechar la farsa del referéndum del 1 de octubre
para “negociar” de igual a igual con el Estado porque para ellos ya tiene otro Estado
a la misma altura que el español y lo que quieren es que se le pongan las cosas
fáciles cediéndosele una parte del territorio de España con sus infraestructura
para luego ellos pelearse entre sí y conseguir dividir a la mitad de los
catalanes que hoy gritan por la independencia. La CUP y parte de los de
Esquerra Republicana son incompatibles con los de la antigua Convergencia del
tres por ciento y la parte pequeño-burguesa de los de Esquerra. Su unión para
la independencia es instrumental, como todo lo que hacen. Si ahora no sabemos
si declararon la independencia o no, es fruto de una ambigüedad calculada. Es
el resultado de ver que lo esperable para después se les adelantó a la declaración
de independencia, y ello lo patentizó el cambio de domicilio social de la mitad
de las empresas sobre cuya productividad (PIB catalán) construyeron el “España nos roba”. Así como Pascual
Maragall descubrió después que el Estatuto fuera declarado inconstitucional,
que antes se debió modificar la Constitución, el Sr. Mas descubrió una horas
antes de la prevista declaración de independencia, que Catalunya no estaba
preparada para una independencia real, para una de verdad. La nueva versión del
Sr. Más es de risa si no fuera por la cantidad de frustración generada, un
señor que se llenó la boca diciendo que estaba todo preparado, que los bancos
se pelearían por estar en Catalunya y que todos seríamos más ricos, es
menesteroso que unas horas antes se dé cuenta que para ser independiente se ha
de poder controlar el territorio y que luego lo reconozcan los demás. A ningún
nacionalista separatista (vascos o catalanes) les interesa que exista en España
una Constitución que permita que ellos hagan un referéndum legal con arreglo a la
legalidad y en igualdad de armas, están segurísimos qué lo perderían. De
interesarles ya lo habían propuesto, en tanto que el Art. 87.2 en relación con
el Art.166 de la carta magna ya les permite que lo propongan. Hasta hoy,
tampoco ningún partido político lo ha propuesto. Y desde los partidos PP-PSOE
no lo han hecho porque solo están pensando en vascos y catalanes, y no quieren
tener problemas con los andaluces, canarios, gallegos, valencianos y castellanos.
El sí pero no y el no pero sí, no es
patrimonio exclusivo de los separatistas, es algo compartido por todos,
especialmente por el PSOE y el PP. Nadie ha propuesto una reforma con cara y
ojos, es decir: nadie ha puesto sobre la mesa un texto articulado sobre el qué
trabajar, todos esperan que lo haga otro para ponerse en contra y alimentar
discusiones peregrinas con destino a ninguna parte, o decir algo que parezca
distinto para que todo siga como ésta. Podemos y Colau se han parapetado en la
indefinición, una ambigüedad pendular: somos,
pero no somos, ya veremos qué seremos. Ciudadanos hace gestos de echarse al
monte para ver si caza votos solo con la bandera española.
A
los separatistas se les ha de dar una posible salida, que naturalmente
rechazarán, ahora bien, con ello se quedarán solos los auténticos, que perderán
a todos los de bolsillo, que son la inmensa mayoría. Es muy democrático añadir al Art. 2 una
cláusula excepcional que permita un referéndum siempre que así lo acuerde el
parlamento autonómico en cuestión, con el voto de dos tercios, y que ese
referéndum permita la salida de España si así lo quiere la mitad del censo
electoral del territorio que se quiera ir, más un ciudadano; sabiendo a qué se
enfrentan. Esa reforma constitucional es necesaria, primero porque no se puede
impedir que una mayoría de una población, aunque sea simple, se vea obligada a
permanecer en una organización estatal a la que no quiere pertenecer; segundo,
porque parece evidente que quien quiera crear una patria nueva cuente al menos
con el apoyo activo de la mitad más uno de sus ciudadanos, y tercero, porque al
resto no se le puede obligar a que viva permanentemente con una parte del
territorio en continuo conflicto. Ahora bien, ese referéndum no puede hacerse
cada dos por tres, de ahí que cada 20 años parece razonable. Puesto a reformar,
también se debería establecer claramente qué competencia tiene el Estado y cuáles
las Comunidades Autónomas, y ello sin perjuicio que a las actuales Comunidades
Autónomas se les cambie de nombre por el de Estados Federados u otro. El Estado
(central) debería tener al menos, como competencias exclusivas: las relaciones
exteriores, el ejército, las redes ferroviarias nacionales, autopistas,
autovías, puertos, aeropuertos, espacio aéreo, aguas territoriales, seguridad
social, pensiones, sanidad, el Código Penal y su aplicación, y, muy especialmente
los planes y temarios educativos desde primaria hasta la universidad. Puesto a
reformar se debería reformar la forma de reformar a la Constitución, es decir
modificar el Art. 168 que tal como está, implica hacer referéndum dos veces y
con uno parecería suficiente. Está bien que para reformar la esencia de la
Constitución que constituye el núcleo del Estado social y democrático de
derecho, se exija una mayoría de dos tercios de la Cámara de diputados y dos
tercios del Senado, pero ya no está tan claro que aprobado el proyecto de
reforma con esas mayorías se tenga que convocar elecciones y las nuevas cámaras
ratificar el proyecto de reforma y convocar referéndum para su definitiva
aprobación. Esas elecciones post proyecto de revisión constitucional para una
posterior ratificación de la nueva configuración de las Cortes, en sí mismo es
un referéndum antes del referéndum último, puesto que en esas elecciones solo
se discutirá precisamente sobre el proyecto de reforma constitucional, que a su
vez será discutido otra vez en el referéndum de aprobación de la reforma.
Parece razonable por suficiente que, si las dos Cámaras aprueban la reforma por
dos tercios cada una, ya se puede someter a referéndum y ahorrar unas
elecciones generales para ventilar una misma cosa. Dicho de otra manera, la
reforma de la Constitución no ha de ser una excusa táctica para parar el golpe,
sino una solución verdadera para evitar golpes, o para encauzar golpes futuros.
Incentivar nacionalismos contra nacionalismos,
banderas contra banderas, emociones contra emociones, solo puede servir para
determinar bandos contando sus miembros de cara a que un bando venza al otro,
pero el vencido no quedará convencido y el vencedor quedará temblando.
Barcelona a 13 de octubre del 2017. RRCh
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